DESORIENTADA
Eran las
ocho de la noche y Camila apresuró el paso por aquella calle solitaria. La
mayoría de las casas estaban derruidas y en escombros ya que la municipalidad
había decidido remodelar varias manzanas porque eran viviendas de muchos años y
le daban un aspecto muy feo a la ciudad. Sentía miedo y escalofríos al pasar
por allí pero era el único camino viable para llegar a la autopista y tomar el
autobús que la conduciría a su hogar. Estudiaba computación e inglés por las
noches en un instituto del centro de la ciudad y su propósito era culminar los
estudios para poder ascender en su trabajo. Era recepcionista en una entidad
bancaria de gran prestigio y
aspiraba a un mejor puesto. De pronto sintió un leve ruido, como pasos muy
tenues pero persistentes detrás de ella, y no se atrevió a voltear ya que
estaba casi paralizada de terror. Alguien la seguía y ella no sabía con qué
intenciones. Aquel vecindario se había convertido en un sitio muy inseguro,
sobre todo de noche. En un momento pensó que eran ideas suyas, ya que el pasar
por esa calle, muy solitaria y con la mayoría de las casas deshabitadas, le
producía temor. Se encomendó a las ánimas del purgatorio y a su Ángel de la
Guarda siguiendo los consejos de su madre que siempre le decía que en caso de
sentir peligro les rezara y que eran muy milagrosos. De pronto vio que una de
las casas estaba iluminada con bastante gente afuera y adentro y, sin pensarlo
dos veces, entró. Era un velorio. Se sentó al lado de una señora que rezaba
cabizbaja un rosario y esperó un buen rato tratando de tranquilizarse ya que
estaba muy nerviosa y asustada. Transcurrió como una hora y algunas personas
comenzaron a marcharse caminando hacia la autopista. Ella se fue junto a ellas
pero ni siquiera miró sus caras, prometiéndose que al día siguiente en la
mañana pasaría por esa calle antes de llegar a su trabajo. Quería hacer una
oración por el difunto o difunta en agradecimiento a que la hubiese librado de
quién sabe qué percance. Llegó a la casa y solo consiguió ruinas, allí no había
nadie y se notaba que la habían desocupado hacía tiempo. Camila no salía de su
asombro. Preguntó a un señor de un quiosco cercano que vendía café y
periódicos. El hombre le dijo que, según contaban por ahí, en esa casa había
vivido hacía años una señora muy caritativa y generosa. Cuando murió, mucha gente
vino a sus funerales para agradecerle sus favores. Camila quedó muy
desconcertada pensando en qué acertados y precisos son los consejos de una
madre.
NANCY
AGUILAR QUINTERO
Venezuela
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