Todo aquel lio comenzó
cuando Javier David leyó una revista sobre astronautas que por casualidad vio
en el consultorio del odontólogo donde su madre lo llevó para su chequeo anual.
Excelente estudiante y deportista, pertenecía al equipo de fútbol del colegio,
donde ostentaba la posición de arquero. Esa mañana lo que vio en la revista le cambio su comportamiento
por completo y ahora sus constantes charlas eran sobre astronautas y viajes
espaciales. Tenía afición a todo lo
concerniente a la nueva tecnología y era el primero en poseer los juegos más
novedosos y en conocer a la perfección el funcionamiento de los teléfonos
celulares y equipos más modernos. El culpable de toda esta situación era su
padre, Ingeniero en Telecomunicaciones,
quien hacía poco había comenzado a trabajar en una empresa de telefonía que le
prestaba servicios al gobierno y siempre comentaba con su esposa Dalila el
deseo que su hijo fuera a estudiar al exterior. Todas estas conversaciones, aunadas
a los deseos de Javier David fueron internalizadas en su espíritu de niño y en
su mente se forjó la imagen que desearía ser un astronauta famoso y viajar al
espacio sideral. Veía programas en la televisión y leía libros todos
relacionados con el tema de los viajes espaciales. Hasta sus profesores del
colegio, donde estudiaba octavo grado, comenzaron seriamente a preocuparse ya
que el niño en sus conversaciones solo hablaba de su sueño contando los días y
los meses para graduarse de bachiller y
que sus padres lo enviaran a estudiar lo que el anhelaba.
—Cuando sea grande y termine
mi bachillerato, —decía Javier David– me iré a los Estados Unidos a estudiar
para ser astronauta.
Sus padres, orgullosos de él
por ser un niño tan buen estudiante, pensaron que quizás algún día sus sueños
se hicieran realidad. Constantemente le preguntaba a su primo Daniel José
cuánto costaría un viaje para los Estados Unidos.
—Mucho dinero, —decía su
primo, –pero el asunto es quedarse a vivir allá, dicen que las universidades
son muy costosas.
Por las tardes cuando
regresaba de sus clases, se sentaba en el patio de su casa, debajo de un
frondoso árbol de mango, a pensar en su futuro y la manera de conseguir el
dinero para irse a vivir y estudiar en el exterior. Dalila lo observaba con preocupación, pensando en la obsesión de
su único hijo y como conseguirían el dinero suficiente para cumplir sus deseos.
Sus vecinas y amigas trataban de animarla, diciéndole que como Javier David era
tan buen estudiante, quizás el gobierno o una empresa privada le otorgaran una
beca y ella les refutaba que aquí en este país no realizan esos viajes
espaciales por lo cual sería ilógica e innecesaria una ayuda para ese tipo de
estudios. Se sentía culpable y responsable de esta disparatada idea de su hijo por
consentirlo mucho. Si desde un
principio lo hubiese reprendido
enérgicamente y no dejarle ver tanta
televisión ni Internet quizás esa idea se le hubiese quitado de la cabeza. Ella
misma al principio le decía como el refrán popular “que más hace el que quiere
que el que puede” y algún día tendríamos un astronauta en la familia. Como
lamentaba todo esto al observar el comportamiento retraído de Javier David que
ya casi no hablaba con familiares ni amigos, solo pensando en su futuro. Una
tarde, al regresar del colegio, su mamá le sirvió la merienda y después se fue
al patio, como era su costumbre y se sentó debajo del árbol de mango a reposar
un rato antes de cenar y hacer las tareas. Se imaginó vestido de astronauta
tripulando una nave espacial. Saldría en todos los periódicos y las televisoras
del mundo. ¡El primer venezolano en viajar al espacio exterior! ¡Seria
famoso! Todos desearían entrevistarlo.
—Astronauta Javier David
Pérez, —¿Que sintió al pisar por primera
vez el planeta Licifedad?
Estos eran los pensamientos
de Javier David cuando de pronto vio un
punto luminoso en el cielo, como una estrella muy brillante, que hacía mucho
ruido y se acercaba a gran velocidad en dirección al lugar donde él estaba. A
medida que se acercaba vio que se trataba de una nave en forma circular, con
una cúpula con numerosas ventanillas de las cuales salían luces muy potentes,
de diversos colores que iluminaron todo el patio. Javier David sintió un poco
de miedo pero a la vez mucha curiosidad. De pronto la nave se posó sobre la
arena, se abrió una puerta y a través de
una escalerilla, bajaron dos criaturas diminutas de color rojizo pálido,
parecidas a los humanos, que se acercaron a él.
—Nos hemos enterado que
quieres visitar nuestro planeta, —le dijo el que parecía ser el jefe de la
nave.
—Sí, ese ha sido mi sueño
desde hace tiempo, —contesto Javier David
—A través de ondas ultra
sensoriales tus pensamientos han llegado ante nosotros y hemos venido a
buscarte para que conozcas nuestro mundo.
—Eso sería maravilloso, —dijo
Javier David, —¿y cómo se llaman ustedes?
—Yo me llamo Roam, —dijo el
jefe, —y mi compañero Dadbon. —Conocemos
tu idioma, ya que en nuestro planeta la ciencia está muy adelantada.
Javier David los siguió en
silencio, y con un poco de temor y desconfianza. Pero su curiosidad rebasaba su
miedo. Adentro de la nave, le dieron una ropa especial para que se fuera
adaptando a la atmosfera de Licifedad. Se escuchó un ruido ensordecedor y la
nave despego. Durante el recorrido, ellos conversaron con Javier sobre sus
costumbres y leyes. Era tal la velocidad de la nave, que al poco rato ya
estaban en el planeta Licifedad. Lo que vio lo dejo maravillado. Todos los
habitantes eran muy amables, no peleaban ni gritaban. Todo lo compartían. Allí
no había guerras y se sentía una paz y felicidad total. No había países pobres
ni ricos. Se respetaban entre si y vivían en paz y armonía. Tenían bellas y
espaciosas viviendas, se vestían muy bien y los alimentos eran abundantes.
Existían grandes parques, con árboles hermosos y frondosos con toda clase de diversión. Todas las
personas tenían un trabajo gratificante. No se veían por las calles pordioseros, ni mendigos ni animales
desprotegidos. Y todos los niños asistían a la escuela.
—¡Qué mundo tan hermoso y
ordenado! —exclamo Javier David…si la Tierra llegara a ser así.
—Ese día pronto llegará, —le
dijo Dadbon, cuando los terrícolas dejen de pelear entre si y comprendan que
solo el amor a Dios y a nuestro prójimo
puede traer la verdadera felicidad y paz.
Roam intervino y dijo, —No
te preocupes, ya está próximo el día que en la Tierra se acabaran las guerras y
odios de hermanos contra hermanos. Los terrícolas tienen que comprender que la
mayor felicidad es la que se comparte y que el odio y la guerra no resuelven
ningún problema. Te hemos escogido a ti para que lleves este mensaje a la
Tierra y cuentes lo que has visto.
—¡Qué bello es este mundo!
—dijo Javier —cuando lo cuente no lo creerán.
Por supuesto que te van a
creer —dijo Dadbon, —ya verás que sí.
—¡Que lastima que tenga que irme
y abandonar este mundo tan perfecto! —exclamó Javier, —pero tengo que regresar
con los míos.
—Javier, despierta que te
has quedado dormido y estabas hablando en sueños, —levántate, que tienes que hacer las tareas.
Javier se levantó
sobresaltado, al oír la voz de su mamá y se dirigió a su casa pensando si
contarle a la familia su maravilloso sueño sin que se burlaran de él. Mientras
tanto, detrás del árbol de mango, dos seres diminutos de color rojizo sonreían.
Nancy
Aguilar Quintero