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viernes, 27 de agosto de 2021

EL SUEÑO DE UN NIÑO

 "—¡Que lástima que tenga que irme y abandonar este mundo tan perfecto! —exclamó Javier —, pero tengo que regresar con los míos".


Todo aquel lío comenzó cuando Javier David leyó una revista sobre astronautas que, por casualidad vio en el consultorio del odontólogo donde su madre lo llevó para su chequeo anual. Excelente estudiante y deportista, pertenecía al equipo de fútbol del colegio, donde ostentaba la posición de arquero. Esa mañana lo que leyó en la revista le cambió su comportamiento por completo y ahora sus constantes charlas eran sobre astronautas y viajes espaciales. Tenía afición a todo lo concerniente a la nueva tecnología y era el primero en poseer los juegos más novedosos y en conocer a la perfección el funcionamiento de los teléfonos celulares y equipos más modernos. El culpable de toda esta situación era su padre, ingeniero en telecomunicaciones, quien hacía poco había comenzado a trabajar en una empresa de telefonía que le prestaba servicios al Gobierno y siempre comentaba con su esposa Dalila el deseo que su hijo fuera a estudiar al exterior. Todas estas conversaciones, aunadas a los deseos de Javier David fueron internalizadas en su espíritu de niño y en su mente se forjó la imagen que desearía ser un astronauta famoso y viajar al espacio sideral. Veía programas en la televisión y leía libros todos relacionados con el tema de los viajes espaciales. Hasta sus profesores del colegio, donde estudiaba octavo grado, comenzaron seriamente a preocuparse, ya que el niño en sus conversaciones solo hablaba de su sueño contando los días y los meses para graduarse de bachiller y que sus padres lo enviaran a estudiar lo que él anhelaba. 

—Cuando sea grande y termine mi bachillerato, —decía Javier David —me iré a los Estados Unidos a estudiar para ser astronauta.

Sus padres, orgullosos de él por ser un niño tan buen estudiante, pensaron que quizás algún día sus sueños se harían realidad. Constantemente le preguntaba a su primo, Daniel José, cuánto costaría un viaje para los Estados Unidos.

—Mucho dinero, —decía su primo, —pero el asunto es quedarse a vivir allá, dicen que las universidades son muy costosas.

Por las tardes, cuando regresaba de sus clases, se sentaba en el patio de su casa, debajo de un frondoso árbol de mango, a pensar en su futuro y la manera de conseguir el dinero para irse a vivir y estudiar en el exterior. Dalila lo observaba con preocupación, pensando en la obsesión de su único hijo y cómo conseguirían el dinero suficiente para cumplir sus deseos. Sus vecinas y amigas trataban de animarla, diciéndole que como Javier David era tan buen estudiante, quizás el gobierno o una empresa privada le otorgaran una beca, y ella les refutaba que aquí en este país no realizan esos viajes espaciales, por lo cual sería ilógica e innecesaria una ayuda para ese tipo de estudios. Se sentía culpable y responsable de esta disparatada idea de su hijo por consentirlo mucho.  Si desde un principio lo hubiese reprendido enérgicamente y no dejarle ver tanta televisión ni internet, quizás esa idea se le hubiese quitado de la cabeza. Ella misma, al principio le decía como el refrán popular: “Que más hace el que quiere que el que puede” y algún día tendríamos un astronauta en la familia. Cómo lamentaba todo esto al observar el comportamiento retraído de Javier David que ya casi no hablaba con familiares ni amigos, solo pensando en su futuro. Una tarde, al regresar del colegio, su mamá le sirvió la merienda y después se fue al patio, como era su costumbre y se sentó debajo del árbol de mango a reposar un rato antes de cenar y hacer las tareas. Se imaginó vestido de astronauta tripulando una nave espacial. Saldría en todos los periódicos y las televisoras del mundo. ¡El primer venezolano en viajar al espacio exterior! ¡Sería famoso! Todos desearían entrevistarlo.

—Astronauta Javier David Pérez, ¿qué sintió al pisar por primera vez el planeta Licifedad?

Estos eran los pensamientos de Javier David, cuando de pronto observó un punto luminoso en el cielo, como una estrella muy brillante, que hacía mucho ruido y se acercaba a gran velocidad en dirección al lugar donde él estaba. A medida que se acercaba vio que se trataba de una nave en forma circular, con una cúpula con numerosas ventanillas de las cuales salían luces muy potentes, de diversos colores que iluminaron todo el patio. Javier David sintió un poco de miedo, pero a la vez mucha curiosidad. De pronto, la nave se posó sobre la arena, se abrió una puerta y a través de una escalerilla, bajaron dos criaturas diminutas de color rojizo pálido, parecidas a los humanos, que se acercaron a él.

—Nos hemos enterado de que quieres visitar nuestro planeta.

—Le dijo el que parecía ser el jefe de la nave.

—Sí, ese ha sido mi sueño desde hace tiempo, —contestó Javier David

—A través de ondas ultrasensoriales tus pensamientos han llegado a nosotros y hemos venido a buscarte para que conozcas nuestro mundo.

—Eso sería maravilloso, —dijo Javier David, —¿Y cómo se llaman ustedes?

—Yo me llamo Roam, —expresó el jefe, —y mi compañero Dadbon. Conocemos tu idioma, ya que en nuestro planeta la ciencia y la tecnología están muy adelantadas.

Javier David los siguió en silencio, y con un poco de temor y desconfianza, pero su curiosidad rebasaba su miedo. Dentro de la nave, le dieron una ropa especial para que se fuera adaptando a la atmósfera de Licifedad. Se escuchó un ruido ensordecedor y la nave despegó. Durante el recorrido, ellos conversaron con Javier David sobre sus costumbres y leyes. Era tal la velocidad de la nave, que al poco rato ya estaban en el planeta Licifedad. Lo que vio lo dejó maravillado. Todos los habitantes eran muy amables, no peleaban ni gritaban. Todo lo compartían. Allí no había guerras y se sentía una paz y felicidad total. No había países pobres ni ricos. Se respetaban entre sí y vivían en paz y armonía. Tenían bellas y espaciosas viviendas, se vestían muy bien y los alimentos eran abundantes. Existían grandes parques, con árboles hermosos y frondosos con toda clase de diversión. Todas las personas tenían un trabajo gratificante. No se veían por las calles pordioseros, ni mendigos, ni animales desprotegidos, y todos los niños asistían a la escuela.

—¡Qué mundo tan hermoso y ordenado! —exclamó Javier David…—¡Si la Tierra llegara a ser así!

—Ese día pronto llegará, —Le dijo Dadbon–, cuando los terrícolas dejen de pelear entre sí y comprendan que solo el amor a Dios y a nuestro prójimo puede traer la verdadera felicidad y paz.

Roam intervino y dijo:

—No te preocupes, ya está próximo el día que en la Tierra se acabarán las guerras y odios de hermanos contra hermanos. Los terrícolas tienen que comprender que la mayor felicidad es la que se comparte y que el odio y la guerra no resuelven ningún problema. Te hemos escogido a ti para que lleves este mensaje a tu planeta y cuentes lo que has visto.

—¡Qué bello es este mundo! —dijo Javier David—, cuando lo cuente no lo creerán.

Por supuesto que te van a creer —dijo Dadbon—, ya verás que sí.

—¡Que lástima que tenga que irme y abandonar este mundo tan perfecto! —exclamó Javier—, pero tengo que regresar con los míos.

—Javier, despierta que te has quedado dormido y estabas hablando en sueños, levántate, que tienes que hacer las tareas.

Javier se levantó sobresaltado, al oír la voz de su mamá y se dirigió a su casa pensando si contarle a la familia su maravilloso sueño, sin que se burlaran de él. Mientras tanto, detrás del árbol de mango, dos seres diminutos de color rojizo sonreían.

Nancy Aguilar Quintero

Maracaibo, abril 2010

Publicado en EL NARRATORIO, ANTOLOGÍA LITERARIA DIGITAL N° 17

Julio, 2017


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