Nancy Aguilar Quintero
Santiago de Chile, abril
2021
Aprendiz de escritora...cuentos, relatos, microrrelatos,poemas y algo más que se me ocurra.
Nancy Aguilar Quintero
Santiago de Chile, abril
2021
Llegó el día tan temido para Amalia. Ya las maletas estaban preparadas y
solo era cuestión de horas para la terrible despedida. A las once de la noche
se estaría embarcando en el avión que la llevaría tan lejos del lugar donde
vivió toda su vida. No había marcha atrás. Era irse con su hija o quedarse sola
en aquel caserón familiar donde las vivencias y recuerdos se paseaban de
habitación en habitación. Era primavera y hacía un calor sofocante. Se
despediría de su casa y de su hermoso jardín con todas las de la ley. Fue a su
cuarto y se puso el vestido celeste que tanto le gustaba a su esposo fallecido
el año pasado, se maquilló y arregló su cabello cano, y, por último, se colocó
el collar de perlas, regalo de boda de su madre. Sintió unas ganas inmensas de
tomarse un café. Lo preparó como le gustaba, tinto y sin azúcar, y con taza en
mano se dirigió a su jardín. Su viejo gato Sócrates, de reluciente pelaje
negro, que dormitaba en el sofá de la sala, se desperezó y arqueando su cuerpo
la siguió. Dentro de una hora llegaría su hermana para llevárselo. Le acaricio
el lomo con ternura y también se despidió de él. Sentada en la banca del jardín, contempló
alrededor tratando de llevarse en su retina las esplendorosas flores
multicolores sembradas allí con tanto esmero por ella. Flores blancas,
amarillas, rojas, azules que fueron poblando su jardín a través de los años.
Tomó su regadera manual y mientras el agua corría por sus pétalos y hojas, se
fue despidiendo de sus amadas flores una por una, hablándoles y pidiéndoles
perdón por abandonarlas. Les explicó que no tenía alternativa, pero lo más
triste y sobrecogedor fue la despedida de su hermoso y frondoso manzano,
sembrado por las manos juveniles de su difunto esposo, el mismo día que nació
su primer hijo.
–¡Ahora los dos crecerán a la par!, –fueron las palabras de él al
culminar la tarea.
Lucía tan imponente con sus frutos rojos y brillantes. La tarde iba
cayendo, ya el sol estaba por ocultarse y Amalia, ensimismada en su mundo
interior, sintió que la noche oscura se instalaba en su corazón.
Nancy Aguilar Quintero
Santiago de
Chile, martes 13 de octubre de 2020
Taller de
Narrativa: Contando desde la memoria. Patrocinado por Independencia
Cultural
CARTA DE AGRADECIMIENTO DE EUGENIA PARA ADRIANA…a quién no conoció, pero
que siempre estará a su lado.
Hoy por fin
supe de ti. Fue a través de mi prima Marcela. Me lo contó casi en susurros,
como para que nadie nos escuchara. Fue tanta mi insistencia que logré la
información que hacía días me tenía en vilo. ¿Quería conocer quién era mi
donante de riñón? Ella me contó que fueron tus padres los que autorizaron esa
donación. También me dijo que falleciste en un accidente de tránsito. Tenías mi
edad, diecisiete años. Mi mamá opina que las cosas ocurren por designios
divinos, que nada pasa sin una causa. Ella le dice “karma”. ¡Yo no sé lo que
será! Lo único que siento en estos momentos es un profundo agradecimiento hacia
ti y tu familia. —Sabes Adriana, solo sé tu nombre. Tienen prohibido dar más
datos, pero eso es suficiente para mí. Te prometo que tu corta estadía en este
hermoso planeta no será en vano. Quizás ya terminó tu misión en esta presente
encarnación y fuiste llamada para cumplir, otra mejor. Me encargaré que tu
recuerdo perdure por siempre y todos tomemos conciencia de lo maravilloso que
es poder transcender a través de otros seres a pesar de que no los conozcamos.
Una parte de ti vive en mí. —Te cuento Adriana que nací con ese problema en mis
riñones. No comprendía mucho, pero los médicos decían a mis padres que mi mal
era congénito y que tenía pocas probabilidades de vivir, si no encontrábamos un
donante. Desde los doce años comenzó mi calvario. Tratamientos, consultas
médicas, exámenes, eran parte de mi cotidianidad. Pero mi juventud traspasaba
esas barreras. Había momentos que me sentía muy importante. Todos en la familia
pendiente de mí, hasta que mi enfermedad empeoró y era urgente conseguir un
donante. Escuchaba a mis padres rezando por las noches y afligidos durante el
día. No quise dejar mis estudios y con la solidaridad de mis compañeros y el apoyo
y comprensión de mis padres y familiares, hoy digo con orgullo, —¡Soy un
Bachiller de la República! Hoy me siento renovada. Los médicos dicen que todo
está evolucionando a la perfección. Estoy muy agradecida contigo y tu
familia. Tú nunca imaginaste que esto podría suceder. Pienso que en otras
circunstancias hasta seriamos amigas. No me han dicho como eras ni que hacías.
Sabes por las noches cuando voy a dormir, siento tu presencia y rezo por ti y
tu familia. Pero en lo profundo de mi corazón, sé que eres feliz dondequiera
que te encuentres. Los planes y designios de Dios son perfectos e
inescrutables. Ahora, junto con mis padres, he tomado más conciencia de las
cosas que ocurren. Somos más unidos. Mi mamá dice que tiene planes, que hará
todo lo posible por crear una fundación, que llevará tu nombre, y así las
personas tomaran conciencia, para cuando afronten un problema similar al mío.
Hay quienes que no entienden y ni siquiera desean hablar sobre el tema. Ahora
comprendo que es así hasta que nos toque. Bueno, amiga me despido y que el
Señor te bendiga como nos ha bendecido a nosotros.
Nancy Aguilar Quintero, Maracaibo, abril 2019
El tiempo pasa ahora tan
rápido. Hoy me desperté más temprano cuando mi hijo entró en la habitación a
pedirme la bendición de salida al trabajo y mi memoria se remontó en el tiempo
y el espacio a mis años juveniles. En esa época era yo quien salía a trabajar
en mi lejana ciudad, a kilómetros de distancia. Mis recuerdos se amotinaron en
mi mente y ya no pude dormir más. Casi siempre me levanto a media mañana porque
me acuesto tarde, a veces me dan las dos o tres de la madrugada y yo despierta.
Y es que la noche tiene un encanto especial para mí. Y no es que haya sido
fiestera ni muy alegre ni nada por el estilo. Mis estadías nocturnas son porque
en esas horas de silencio, interrumpido a veces por el sonido de una sirena
lejana o de un grillo, me pongo a leer o ver un programa por la televisión sin
que nadie moleste. O a pensar, meditar o conversar con Dios. Con Él tengo una
comunicación mental que se inició desde el parto de mi primer hijo, cuando
busqué a alguien con quien conversar sin que me cuestionara ni juzgara. Aunque
soy siempre la que habla, sé que me presta atención, porque de inmediato siento
un susurro en mi oído e intuyo su respuesta. La otra noche se enojó conmigo.
–¡No te preocupes tanto!
–¡Tranquiliza tu mente! – ¡Yo estoy siempre contigo, recuerda que soy
Todopoderoso y no te voy a dejar desamparada!
Él sabe de mis penas y
preocupaciones, es un excelente oyente y casi no me interrumpe. Tenemos
química, Dios y yo, pero soy tan terca y testadura y a veces no le hago ni un
poquito de caso. Vive regañándome. Dice que, si converso de temas interesantes
con mis amigos, la situación mejorará, que cambie ese gesto malhumorado y
amargado por una sonrisa.
–Pero es que desde chica
fui así. Tímida y gruñona.
–Es por eso que no tienes
casi amigos —me comenta Dios a cada rato.
Y como hago, nací así y
creo que moriré así.
Él me dice que todos
podemos cambiar o al menos intentarlo. La otra vez traté de hacer amistad con
una señora que conocí en la embajada donde fui por un documento. Me dije a mí
misma:
—Creo que voy a tener al
menos una amiga con quien intercambiar ideas o algún comentario.
Y no sé qué pasó, le envié
mensajes y apenas me respondía. Comencé una conversación con ella, pero solo yo
hablaba, me salía con evasivas. Hasta que me dije:
A esta también le caigo
mal.
Tengo arraigado el
pensamiento de que les caigo mal a las personas y sé que debo soltarlo.
Conversando con Dios me dice que como pienso así me responden, que estoy
predispuesta al rechazo y entonces siento que me rechazan.
—Tienes que ser un poco más
espontánea y analizar primero a la persona, observarla a ver cuáles son sus
gustos y preferencias, y después le planteas una conversación.
Mis nietos me dicen:
—¡Nana, de verdad hablas
con Dios! —¡Cómo haríamos nosotros para hacerlo!
Esto me causa mucha risa y
es que los niños son tan espontáneos e inocentes que se creen todo lo que los
adultos le decimos. Y más si somos las abuelas. Hoy en la mañana, cuando me
dirigía a desayunar, escuché a Matías, el menor de siete años.
—Sabes mami, la Nana habla
con Dios.
—¿Con Dios? —¿¡Como así!?
—preguntó mi nuera.
—Si ella lo dice, y yo
pienso que es verdad –dijo mi nieto–porque ayer lo escuché, cuando toqué la
puerta de su cuarto para darle las buenas noches. –Oí que conversaba con un
señor que le decía que pronto la llevaría de paseo a un parque, con una fuente
de agua en el centro, con muchos árboles, mariposas, abejas y los gatos que a
ella tanto le gustan. Estoy seguro de que era Dios que vino a visitarla.
-¿Serán inventos de mi
nieto o en verdad escucharía algo?–Ahora si me quedé perpleja y pensativa.
Bueno, tendré todo el día para comunicarme con Dios y que me saque de mis
dudas.
Nancy Aguilar Quintero
Taller de Narrativa: Contando desde la memoria.
Patrocinado por Independencia Cultural
Santiago de Chile, octubre 2020
Pasaba por allí cada día, a las cuatro de la tarde, al
regresar del trabajo y me quedaba un rato contemplándola. Un camino empedrado
con yerbas y flores silvestres comenzaba en el portón y subía empinado hasta el
porche de entrada. Allí donde dos ancianos sentados en sendas sillas de mimbre
de color blanco, tomando algo, pienso que era café o té por la taza que
sostenían en sus manos. Sentía tentación de llamarlos y que me la mostraran por
dentro. Aunque ya la conocía, porque esa casa estaba en mis pensamientos y en
mis sueños recurrentes. Era una mansión antigua, estilo victoriano. Por su
aspecto deteriorado parecía abandonada, pero que ejercía sobre mí una
fascinación casi febril. Cerraba los ojos y le daba rienda suelta a mi
imaginación. Me veía abriendo la verja de entrada, y con pasos lentos, recorría
la caminería hasta llegar al porche. Allí saludaba a los dos ancianos que nunca
respondían. Entraba a una inmensa sala con muebles antiguos y un amplio
ventanal que daba al jardín sembrado de gardenias cuyo aroma exquisito
impregnaba toda la estancia. En un rincón, un piano donde un adusto y serio
profesor impartía clases a una chica rubia de apenas quince años. Se notaba en
su cara que las dichosas lecciones de piano le producían aburrimiento y
fastidio. Una gran escalera de madera de nogal conducía el piso superior donde
estaban los dormitorios. Seguía por un amplio corredor y llegaba la cocina en
la cual una empleada comenzaba a preparar la cena. Subía la escalera hacia los
dormitorios, el principal, siempre muy ordenado, propio de personas muy
metódicas y de costumbres conservadoras. El otro, el de la chica con papel
rosado en las paredes, cortinas blancas que se mecían con el viento, libros,
vasos y platos con comidas regados por el piso. Una chica rebelde que no
admitía el orden de sus padres. Encima de la cama de sábanas de terciopelo y
encajes, un enorme gato siamés dormía un sueño profundo. Me dirigía a la
biblioteca, donde los libros llegaban al techo y mi ensoñación me llevaba a
lugares lejanos e ignotos. En el salón de juegos de mesa, un amplio televisor
cubría casi la totalidad de la pared, donde se reunían familiares y amigos en
amenas tertulias, disfrutando café, whisky y entremeses. Siempre se discutían
temas políticos y no faltaba algún chismecillo sobre alguien que no estaba
presente. Yo los observaba deseando para mis adentros pertenecer a ese mundo
tan ajeno y fascinante. Esta repetición constante de mis sueños febriles se
hizo rutina para mí. Llegué a conocer a cada uno de los habitantes y amigos que
se reunían en esa mansión y ellos a mí. Pero como todo buen sueño, este también
tuvo un final. Mejores oportunidades de trabajo me alejaron de mi pueblo y por
años me desconecté de la mansión, pero nunca del entresijo y marañas de mis
sueños y pensamientos. Otra vez por cuestiones de trabajo regresé a mi pueblo.
¿Y qué creen...? Volví a pasar por ahí, pero ahora sí, decidida a conocer de
verdad la casa de mis sueños. Nada me detendría en mi propósito. Y allí estaba
yo parada enfrente, viéndola, más deteriorada, más vieja y desvencijada, pero
con su mismo encanto y fascinación. La alegría me invadió y lágrimas inquietas
humedecieron mis ojos al ver aquel enorme cartel con letras muy precisas: **SE
VENDE**. Sin pensarlo mucho, le hice señas a un cuidador que limpiaba el porche
donde años atrás se sentaban los ancianos por las tardes a saborear su taza de
café o té. Me miró asombrado, sus ojos se agrandaron y un leve temblor recorrió
sus manos y piernas. Me intrigaba qué había pasado con los antiguos dueños y le
pregunté por qué la vendían.
En esta casa sale un fantasma. —Me dijo el cuidador
con voz entrecortada. ─Una mujer muy parecida a usted recorre la mansión cada
tarde a las cuatro en punto.
Nancy Aguilar Quintero, Santiago de Chile,
miércoles 16 de diciembre de 2020
Club de lectura y creación “Yo mujer, me leo y escribo
en Independencia” patrocinado por el Ministerio de Cultura y auspiciado por la
Biblioteca Pablo Neruda.
La memoria de la mendiga,
caminando de un lado a otro en el bulevar, con su andar de siglos, junto a su
perro fiel, viejo y decrépito como ella, se remonta en el tiempo y el espacio.
Quiso ser maestra o enfermera. No recuerda en qué momento perdió la perspectiva
de su existencia. Siempre le gustó mucho leer, y no dejaba pasar oportunidad de
cuanto papel, libro, revista, folleto o periódico caía en sus manos, lo
devoraba con avidez. Pensó para sus adentros:
—La lectura me lleva a
conocer horizontes infinitos y mundos ignotos donde encuentro seres afines y
disimiles a mí.
Siguió caminando con pasos
lentos hasta perderse por la estrecha callejuela empedrada.
Nancy Aguilar Quintero
Santiago de Chile, martes 22 de enero de 2019
La primera vez que lo vi, tuve que mirarlo dos veces para saber si era niño o niña. Era tanta la confusión de su vestimenta unisex, un p...