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lunes, 27 de junio de 2022

DESAPARECIDA



Disfrutando la mañana de Navidad, jugando a las escondidas con mi hermana, entré al cuarto de la abuela, que siempre permanecía cerrado. Ella, según decía mi madre, desapareció de manera misteriosa hacía muchos años, también una mañana de Navidad. Con la espada en mano que me había traído Santa, me escondí debajo de la cama. De pronto sentí golpes muy tenues que provenían del viejo armario. Me acerqué de manera sigilosa, lo abrí y vi en el fondo de él, una puerta cerrada con un enorme candado. Voy a abrirla a ver si la encuentro allí. 

 #cuentodemisterio #minificcion

Nancy Aguilar Quintero

Santiago de Chile, abril 2021

 

jueves, 23 de junio de 2022

INGRATA DESPEDIDA

 


Llegó el día tan temido para Amalia. Ya las maletas estaban preparadas y solo era cuestión de horas para la terrible despedida. A las once de la noche se estaría embarcando en el avión que la llevaría tan lejos del lugar donde vivió toda su vida. No había marcha atrás. Era irse con su hija o quedarse sola en aquel caserón familiar donde las vivencias y recuerdos se paseaban de habitación en habitación. Era primavera y hacía un calor sofocante. Se despediría de su casa y de su hermoso jardín con todas las de la ley. Fue a su cuarto y se puso el vestido celeste que tanto le gustaba a su esposo fallecido el año pasado, se maquilló y arregló su cabello cano, y, por último, se colocó el collar de perlas, regalo de boda de su madre. Sintió unas ganas inmensas de tomarse un café. Lo preparó como le gustaba, tinto y sin azúcar, y con taza en mano se dirigió a su jardín. Su viejo gato Sócrates, de reluciente pelaje negro, que dormitaba en el sofá de la sala, se desperezó y arqueando su cuerpo la siguió. Dentro de una hora llegaría su hermana para llevárselo. Le acaricio el lomo con ternura y también se despidió de él.  Sentada en la banca del jardín, contempló alrededor tratando de llevarse en su retina las esplendorosas flores multicolores sembradas allí con tanto esmero por ella. Flores blancas, amarillas, rojas, azules que fueron poblando su jardín a través de los años. Tomó su regadera manual y mientras el agua corría por sus pétalos y hojas, se fue despidiendo de sus amadas flores una por una, hablándoles y pidiéndoles perdón por abandonarlas. Les explicó que no tenía alternativa, pero lo más triste y sobrecogedor fue la despedida de su hermoso y frondoso manzano, sembrado por las manos juveniles de su difunto esposo, el mismo día que nació su primer hijo.

–¡Ahora los dos crecerán a la par!, –fueron las palabras de él al culminar la tarea.

Lucía tan imponente con sus frutos rojos y brillantes. La tarde iba cayendo, ya el sol estaba por ocultarse y Amalia, ensimismada en su mundo interior, sintió que la noche oscura se instalaba en su corazón.

 

Nancy Aguilar Quintero

Santiago de Chile, martes 13 de octubre de 2020

Taller de Narrativa: Contando desde la memoria. Patrocinado por Independencia Cultural

 

GRATITUD

 

 


CARTA DE AGRADECIMIENTO DE EUGENIA PARA ADRIANA…a quién no conoció, pero que siempre estará a su lado.


Hoy por fin supe de ti. Fue a través de mi prima Marcela. Me lo contó casi en susurros, como para que nadie nos escuchara. Fue tanta mi insistencia que logré la información que hacía días me tenía en vilo. ¿Quería conocer quién era mi donante de riñón? Ella me contó que fueron tus padres los que autorizaron esa donación. También me dijo que falleciste en un accidente de tránsito. Tenías mi edad, diecisiete años. Mi mamá opina que las cosas ocurren por designios divinos, que nada pasa sin una causa. Ella le dice “karma”. ¡Yo no sé lo que será! Lo único que siento en estos momentos es un profundo agradecimiento hacia ti y tu familia. —Sabes Adriana, solo sé tu nombre. Tienen prohibido dar más datos, pero eso es suficiente para mí. Te prometo que tu corta estadía en este hermoso planeta no será en vano. Quizás ya terminó tu misión en esta presente encarnación y fuiste llamada para cumplir, otra mejor. Me encargaré que tu recuerdo perdure por siempre y todos tomemos conciencia de lo maravilloso que es poder transcender a través de otros seres a pesar de que no los conozcamos. Una parte de ti vive en mí. —Te cuento Adriana que nací con ese problema en mis riñones. No comprendía mucho, pero los médicos decían a mis padres que mi mal era congénito y que tenía pocas probabilidades de vivir, si no encontrábamos un donante. Desde los doce años comenzó mi calvario. Tratamientos, consultas médicas, exámenes, eran parte de mi cotidianidad. Pero mi juventud traspasaba esas barreras. Había momentos que me sentía muy importante. Todos en la familia pendiente de mí, hasta que mi enfermedad empeoró y era urgente conseguir un donante. Escuchaba a mis padres rezando por las noches y afligidos durante el día. No quise dejar mis estudios y con la solidaridad de mis compañeros y el apoyo y comprensión de mis padres y familiares, hoy digo con orgullo, —¡Soy un Bachiller de la República! Hoy me siento renovada. Los médicos dicen que todo está evolucionando a la perfección. Estoy muy agradecida contigo y tu familia. Tú nunca imaginaste que esto podría suceder. Pienso que en otras circunstancias hasta seriamos amigas. No me han dicho como eras ni que hacías. Sabes por las noches cuando voy a dormir, siento tu presencia y rezo por ti y tu familia. Pero en lo profundo de mi corazón, sé que eres feliz dondequiera que te encuentres. Los planes y designios de Dios son perfectos e inescrutables. Ahora, junto con mis padres, he tomado más conciencia de las cosas que ocurren. Somos más unidos. Mi mamá dice que tiene planes, que hará todo lo posible por crear una fundación, que llevará tu nombre, y así las personas tomaran conciencia, para cuando afronten un problema similar al mío. Hay quienes que no entienden y ni siquiera desean hablar sobre el tema. Ahora comprendo que es así hasta que nos toque. Bueno, amiga me despido y que el Señor te bendiga como nos ha bendecido a nosotros.

Nancy Aguilar Quintero, Maracaibo, abril 2019

MIS TERTULIAS CON DIOS

 

 


 

El tiempo pasa ahora tan rápido. Hoy me desperté más temprano cuando mi hijo entró en la habitación a pedirme la bendición de salida al trabajo y mi memoria se remontó en el tiempo y el espacio a mis años juveniles. En esa época era yo quien salía a trabajar en mi lejana ciudad, a kilómetros de distancia. Mis recuerdos se amotinaron en mi mente y ya no pude dormir más. Casi siempre me levanto a media mañana porque me acuesto tarde, a veces me dan las dos o tres de la madrugada y yo despierta. Y es que la noche tiene un encanto especial para mí. Y no es que haya sido fiestera ni muy alegre ni nada por el estilo. Mis estadías nocturnas son porque en esas horas de silencio, interrumpido a veces por el sonido de una sirena lejana o de un grillo, me pongo a leer o ver un programa por la televisión sin que nadie moleste. O a pensar, meditar o conversar con Dios. Con Él tengo una comunicación mental que se inició desde el parto de mi primer hijo, cuando busqué a alguien con quien conversar sin que me cuestionara ni juzgara. Aunque soy siempre la que habla, sé que me presta atención, porque de inmediato siento un susurro en mi oído e intuyo su respuesta. La otra noche se enojó conmigo.

–¡No te preocupes tanto! –¡Tranquiliza tu mente! – ¡Yo estoy siempre contigo, recuerda que soy Todopoderoso y no te voy a dejar desamparada!

Él sabe de mis penas y preocupaciones, es un excelente oyente y casi no me interrumpe. Tenemos química, Dios y yo, pero soy tan terca y testadura y a veces no le hago ni un poquito de caso. Vive regañándome. Dice que, si converso de temas interesantes con mis amigos, la situación mejorará, que cambie ese gesto malhumorado y amargado por una sonrisa.  

–Pero es que desde chica fui así. Tímida y gruñona.

–Es por eso que no tienes casi amigos —me comenta Dios a cada rato.

Y como hago, nací así y creo que moriré así.

Él me dice que todos podemos cambiar o al menos intentarlo. La otra vez traté de hacer amistad con una señora que conocí en la embajada donde fui por un documento. Me dije a mí misma:

—Creo que voy a tener al menos una amiga con quien intercambiar ideas o algún comentario.  

Y no sé qué pasó, le envié mensajes y apenas me respondía. Comencé una conversación con ella, pero solo yo hablaba, me salía con evasivas. Hasta que me dije:

A esta también le caigo mal.

Tengo arraigado el pensamiento de que les caigo mal a las personas y sé que debo soltarlo. Conversando con Dios me dice que como pienso así me responden, que estoy predispuesta al rechazo y entonces siento que me rechazan.

—Tienes que ser un poco más espontánea y analizar primero a la persona, observarla a ver cuáles son sus gustos y preferencias, y después le planteas una conversación.

Mis nietos me dicen:

—¡Nana, de verdad hablas con Dios! —¡Cómo haríamos nosotros para hacerlo!

Esto me causa mucha risa y es que los niños son tan espontáneos e inocentes que se creen todo lo que los adultos le decimos. Y más si somos las abuelas. Hoy en la mañana, cuando me dirigía a desayunar, escuché a Matías, el menor de siete años.

—Sabes mami, la Nana habla con Dios.

—¿Con Dios? —¿¡Como así!? —preguntó mi nuera.

—Si ella lo dice, y yo pienso que es verdad –dijo mi nieto–porque ayer lo escuché, cuando toqué la puerta de su cuarto para darle las buenas noches. –Oí que conversaba con un señor que le decía que pronto la llevaría de paseo a un parque, con una fuente de agua en el centro, con muchos árboles, mariposas, abejas y los gatos que a ella tanto le gustan. Estoy seguro de que era Dios que vino a visitarla.

-¿Serán inventos de mi nieto o en verdad escucharía algo?–Ahora si me quedé perpleja y pensativa. Bueno, tendré todo el día para comunicarme con Dios y que me saque de mis dudas.  

 

 

Nancy Aguilar Quintero

Taller de Narrativa: Contando desde la memoria. Patrocinado por Independencia Cultural

Santiago de Chile, octubre 2020

 



lunes, 13 de junio de 2022

INTRUSA

 


Pasaba por allí cada día, a las cuatro de la tarde, al regresar del trabajo y me quedaba un rato contemplándola. Un camino empedrado con yerbas y flores silvestres comenzaba en el portón y subía empinado hasta el porche de entrada. Allí donde dos ancianos sentados en sendas sillas de mimbre de color blanco, tomando algo, pienso que era café o té por la taza que sostenían en sus manos. Sentía tentación de llamarlos y que me la mostraran por dentro. Aunque ya la conocía, porque esa casa estaba en mis pensamientos y en mis sueños recurrentes. Era una mansión antigua, estilo victoriano. Por su aspecto deteriorado parecía abandonada, pero que ejercía sobre mí una fascinación casi febril. Cerraba los ojos y le daba rienda suelta a mi imaginación. Me veía abriendo la verja de entrada, y con pasos lentos, recorría la caminería hasta llegar al porche. Allí saludaba a los dos ancianos que nunca respondían. Entraba a una inmensa sala con muebles antiguos y un amplio ventanal que daba al jardín sembrado de gardenias cuyo aroma exquisito impregnaba toda la estancia. En un rincón, un piano donde un adusto y serio profesor impartía clases a una chica rubia de apenas quince años. Se notaba en su cara que las dichosas lecciones de piano le producían aburrimiento y fastidio. Una gran escalera de madera de nogal conducía el piso superior donde estaban los dormitorios. Seguía por un amplio corredor y llegaba la cocina en la cual una empleada comenzaba a preparar la cena. Subía la escalera hacia los dormitorios, el principal, siempre muy ordenado, propio de personas muy metódicas y de costumbres conservadoras. El otro, el de la chica con papel rosado en las paredes, cortinas blancas que se mecían con el viento, libros, vasos y platos con comidas regados por el piso. Una chica rebelde que no admitía el orden de sus padres. Encima de la cama de sábanas de terciopelo y encajes, un enorme gato siamés dormía un sueño profundo. Me dirigía a la biblioteca, donde los libros llegaban al techo y mi ensoñación me llevaba a lugares lejanos e ignotos. En el salón de juegos de mesa, un amplio televisor cubría casi la totalidad de la pared, donde se reunían familiares y amigos en amenas tertulias, disfrutando café, whisky y entremeses. Siempre se discutían temas políticos y no faltaba algún chismecillo sobre alguien que no estaba presente. Yo los observaba deseando para mis adentros pertenecer a ese mundo tan ajeno y fascinante. Esta repetición constante de mis sueños febriles se hizo rutina para mí. Llegué a conocer a cada uno de los habitantes y amigos que se reunían en esa mansión y ellos a mí. Pero como todo buen sueño, este también tuvo un final. Mejores oportunidades de trabajo me alejaron de mi pueblo y por años me desconecté de la mansión, pero nunca del entresijo y marañas de mis sueños y pensamientos. Otra vez por cuestiones de trabajo regresé a mi pueblo. ¿Y qué creen...? Volví a pasar por ahí, pero ahora sí, decidida a conocer de verdad la casa de mis sueños. Nada me detendría en mi propósito. Y allí estaba yo parada enfrente, viéndola, más deteriorada, más vieja y desvencijada, pero con su mismo encanto y fascinación. La alegría me invadió y lágrimas inquietas humedecieron mis ojos al ver aquel enorme cartel con letras muy precisas: **SE VENDE**. Sin pensarlo mucho, le hice señas a un cuidador que limpiaba el porche donde años atrás se sentaban los ancianos por las tardes a saborear su taza de café o té. Me miró asombrado, sus ojos se agrandaron y un leve temblor recorrió sus manos y piernas. Me intrigaba qué había pasado con los antiguos dueños y le pregunté por qué la vendían.

En esta casa sale un fantasma. —Me dijo el cuidador con voz entrecortada. ─Una mujer muy parecida a usted recorre la mansión cada tarde a las cuatro en punto.

 Nancy Aguilar Quintero, Santiago de Chile, miércoles 16 de diciembre de 2020

Club de lectura y creación “Yo mujer, me leo y escribo en Independencia” patrocinado por el Ministerio de Cultura y auspiciado por la Biblioteca Pablo Neruda.

 

miércoles, 8 de junio de 2022

CIUDAD SOLITARIA





#escritoenpandemia

Flavia, la inquilina del piso tres, salió a las siete al trabajo como todas las mañanas. Con extrañeza vio que el maleducado portero del edificio no estaba en su sitio. Se alegró, así no tendría que dar los buenos días, que nunca contestaba. Caminó una cuadra al paradero de autobuses, tan concurrido a esa hora, y con extrañeza notó que estaba solo. De las seis paradas que hizo la micro hasta la estación Cal y Canto, no se embarcó nadie. Las manos le temblaban y sintió vértigo cuando subió al Metro, atiborrado de gente a esa hora, pero hoy íngrimo y solitario. ¡Qué suerte!, –pensó para sus adentros. Por fin consigo asiento. El tren siguió raudo, sin detenerse. No le dio tiempo ni mirar los estados de WhatsApp, cuando escuchó la voz: “próxima estación”. Era la suya y tendría que bajarse. En la puerta de acceso a su trabajo, un cartel con grandes letras rojas, escritas con marcador grueso sobre una cartulina decía: “CERRADO POR PANDEMIA”. Se regresa sola caminando a su apartamento. Ya no había vehículos ni gente en las calles.
Nancy Aguilar Quintero,
Santiago de Chile, viernes, 3 de junio de 2021

viernes, 3 de junio de 2022

DESMEMORIA

 


La memoria de la mendiga, caminando de un lado a otro en el bulevar, con su andar de siglos, junto a su perro fiel, viejo y decrépito como ella, se remonta en el tiempo y el espacio. Quiso ser maestra o enfermera. No recuerda en qué momento perdió la perspectiva de su existencia. Siempre le gustó mucho leer, y no dejaba pasar oportunidad de cuanto papel, libro, revista, folleto o periódico caía en sus manos, lo devoraba con avidez. Pensó para sus adentros:

—La lectura me lleva a conocer horizontes infinitos y mundos ignotos donde encuentro seres afines y disimiles a mí.

Siguió caminando con pasos lentos hasta perderse por la estrecha callejuela empedrada.

 

Nancy Aguilar Quintero

Santiago de Chile, martes 22 de enero de 2019

 

MARGINADOS

  La primera vez que lo vi, tuve que mirarlo dos veces para saber si era niño o niña. Era tanta la confusión de su vestimenta unisex, un p...