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viernes, 6 de diciembre de 2019




LÓBREGA NOCHE


Ni yo mismo sé lo que pasó en esa carretera aquella noche de tormenta. Todo fue tan confuso. Llovía a cántaros e iba despacio por lo resbaladizo del asfalto. Me distraje un momento, al querer cambiar la emisora y solo vi algo borroso a mi lado. Reduje la velocidad y ahí me di cuenta de las personas que me habían hecho señas para que me detuviera. Pude divisarlas tenuemente, la torrencial lluvia impedía la visibilidad. Eran madre e hija. La chica tendría a lo sumo veinticinco años y a la niña le calculé unos cinco. Estaban emparamadas a la vera del camino—¿Que estarán haciendo a estas horas aquí, y con este aguacero?, fueron mis primeros pensamientos.  Me dijo que la acercara a la estación de servicio más cercana, que había un motel donde pasaría la noche. Era enfermera, y su auto se averió varios kilómetros atrás. Caminó, pero sin suerte, nadie de los que pasaron se detuvieron a auxiliarla, —Que indolentes somos los humanos a veces. Apenas susurró algunas palabras, la niña nunca habló. En una curva, un frenazo, el terreno resbaloso, una luz enfrente me cegó por completo. Perdí el conocimiento y el auto se fue por una cuneta. Nadie cree lo que les cuento, me creen que enloquecí por el golpe. Nadie cree que desperté en el cementerio, al día siguiente encima de dos tumbas humildes, rodeada de flores y yerbas silvestres. Y el epitafio… Madre e hija, fallecidas en otra noche de tormenta cuando su pequeño auto volcó por la carretera. Cosas del destino. Me tenía que pasar a mí. #loquepasodespues

Nancy Aguilar Quintero
Santiago de Chile, noviembre de 2018





martes, 3 de diciembre de 2019





EN LA ONDA TECNOLÓGICA


—¡No lo puedo creer! —este WhatsApp tiene que ser del abuelo. La foto del perfil me la tomé con él en la Navidad. Me envió dos Emoji, guiñando el ojo y el pulgar hacia arriba. ­­—¿Quién lo habrá enseñado?
—Aló abuelo, —¿eres tú?
—Si Pablito, —soy yo.
—¿Cómo aprendiste a enviar mensajes por WhatsApp?
—¡Estudiando “mijo”, estudiando! —Si espero que me enseñes, llego a los cien años, Jajaja—Ya tengo Facebook, Instagram, Twitter y hasta e-mail, —Me cansé de estar desactualizado y tomé un curso de esos que llaman “Alfabetización Tecnológica para la tercera edad”, —ahora si estoy en la onda.
—Abuelo, me dejas asombrado, —te felicito
—Ahora soy más productivo en mi trabajo, —Hasta me siento importante, Jajaja
—Abuelo me siento orgulloso que estés con la nueva tecnología.
—Pablito, te dejo—me voy a conectar con mi grupo de estudio por Skype, —¡ya hasta una laptop me compré!

Nancy Aguilar Quintero
Santiago de Chile, octubre de 2018
Microrrelato finalista en PRIMER CONCURSO DE MICRORRELATOS Y MEMES. “Calidad de vida y salud mental” COSAM. Comuna Independencia


CARTA A MI MADRE DESCONOCIDA





Madre, no sé dónde estás en estos momentos, pero te escribo esta carta para agradecerte por darme la vida y traerme a este mundo. Sabes, ya pronto cumpliré un año y vivo con mis padres adoptivos, quienes me aman mucho. Recuerdo cuando supiste de mí, como lloraste y te angustiaste. Luego le comentaste a mi papá de mi existencia, y él se enfureció mucho y se marchó dejándote muy sola. Como hubiera querido consolarte en esos momentos tristes para ti y para mí también, ya que comprendí que no era bienvenido. Buscaste refugio en tus amigas, quienes te sugirieron que me abortaras, dándote muchas razones y consejos válidas para ellas…—Que eras muy joven, que tendrías que dejar de estudiar, qué dirían tus padres, cómo me vas a mantener si no trabajas, y sin un padre que te apoye, te dañarías la vida para siempre. Hasta te dijeron que conocían a una señora que hacía esos “trabajos” quien te ayudaría a deshacerte de mí y sin riesgos. Pero madre todas esas razones no te convencieron. ¡Qué fuerte y valiente fuiste! Decidiste traerme al mundo. Pensaste que, para abortarme, mejor me darías en adopción. ¡Qué decisión tan sabia!  Sé que Dios te iluminó. No te guardo rencor, al contrario, deseo que seas muy feliz. Supe que ya terminaste tu bachillerato y pronto iras a la Universidad. Sé que serás una profesional exitosa. Sé que todas las noches al acostarte, cuando te encuentras contigo misma, piensas en mí. Y casi siempre lloras. Pero no te preocupes mami, yo estoy bien. Ya mis padres me tienen preparada mi fiesta de cumpleaños, me aman tanto que no han escatimado gastos. Quisiera invitarte para que me conocieras, ya camino y digo algunas palabras. Pero no sé dónde estás. Pero madre, Dios sabe hacer muy bien las cosas, ya que, gracias a ti, mis padres adoptivos son muy felices y dichosos conmigo. Bueno madre será hasta la próxima, porque ya viene mi mamá, digo mi otra mamá, a cambiarme el pañal y a darme el tetero para dormir.
Nancy Aguilar Quintero
Maracaibo, junio 2005

miércoles, 27 de noviembre de 2019





ENCUENTRO


Estaba Elisa sentada en aquella banca del parque como casi todos los martes a las tres de la tarde, absorta en sus propios pensamientos cuando de pronto sintió un calor sofocante y mucha sed. Miró alrededor y enfrente, pasando la caminería vio un kiosco donde vendían jugos y refrescos, a esa hora comenzaba a llegar algunos jóvenes a trotar, caminar y andar en bicicletas. Los martes eran días especiales para ella ya que salía más temprano de su trabajo Su jefe, un médico obstetra prominente de aquella ciudad, salía de su consulta a esa hora, ya que realizaba alguna diligencia personal, a la cual nunca faltaba y era un secreto bien guardado. Atravesó la pequeña calzada para comprar una bebida que le quitara la sed y la refrescara un poco. Comenzó a caminar para despejar un poco la mente y la preocupación que le producía su madre, cada día más enferma y ella como hija única, a veces se sentía cansada e incapaz de manejar la situación, porque, aunque la amaba profundamente, no tenía quien la cuidara cuando ella se encontraba en el trabajo. Y allí parada al lado de un frondoso árbol, como protegiéndose del sol inclemente estaba aquella mujer que la miraba insistentemente como si la conociera. De contextura muy delgada, cabello largo castaño y vestida toda de blanco. Sus facciones eran verdaderamente bellas. Siguió caminando un trecho y volteó por curiosidad, pero ya no la vio más. Quizás la conocía y no se acordaba. Al llegar a su casa, su mamá le comentó que Débora su amiga de la infancia la había visitado y habían recordado viejos tiempos. Su madre desvariaba e inventaba cada historia. Débora se había extraviado cuando tenía nueve años y nunca la encontraron. Fue un acontecimiento que afectó profundamente a todos los habitantes del pueblo donde vivían. Su madre siempre decía que cuando apareciera la identificarían porque Débora estaba vestida de blanco.
Nancy Aguilar Quintero
Maracaibo, junio 2011

martes, 26 de noviembre de 2019




NINA



(Mi gatita partió al puente del Arco Iris al amanecer del día martes 25 de noviembre de 2013, me dejo cuatro días antes de mi cumpleaños… ¡como la extraño!)

Hoy es un día triste. Amaneció muerta mi gatita Nina. Ha sido más de un mes en este tormento. Se enfermó de pronto. Comenzó cojeando y pensé que alguien me la había golpeado o que se habría caído. Como ya tenía once años para ser más exactos...pensé que eran achaques propios de su edad. Llegó a nuestra vida muy chiquitita, apenas tendría una o dos semanas de nacida. Cuando comenzaron los primeros síntomas de su enfermedad la lleve primero a una veterinaria la cual me la remitió a un hospital para hacerle un ecograma que me diera un diagnóstico más veraz. Le tomaron muestras de sangre, la hidrataron. Estuvo dos días hospitalizada. Pero continuó malita. Se le hizo el ecograma arrojando un tumor en una mama, metástasis del hígado y los pulmones. No sé qué pudo pasar. Pero así es la vida. Tantos cuidados y atenciones y se enfermó de un día para otro. Lo noté cuando de pronto ya no me atendía como antes a mi silbido. Dejó de comer. Allí si me preocupé seriamente. Tan bella mi gata, nunca tuvo un quejido durante su enfermedad. Solo me miraba fijamente con sus ojitos tristes como despidiéndose. Bueno ya no estará más con nosotros. No la regañaremos por subirse a los muebles ni por arañar los marcos de las puertas. No estará detrás de la puerta cuando lleguemos. Ella formó parte de nuestras vidas y todas las personas de las Residencias donde vivía la conocían. Ya su “espíritu de grupo” decidió llamarla. Llegó a mí porque así lo tenía dispuesto nuestro Creador. Como se dice en Metafísica, los animales son nuestros “hermanitos menores” a quienes debemos cuidar, darles atención y cariño. Nunca maltratarlos. Nadie llega a tu vida por casualidad, sino por causalidad. Algo tenía que cumplirse aquí. Ella estuvo todos estos años conmigo para que la cuidara y fue mi compañerita a la que le hablaba como si fuera una persona. “Ninita, Ninita, curizonitica da ma chachi”. Cómo atendía a mi voz y llegaba corriendo a mi lado. Hay quienes piensan que son ángeles en la tierra y yo comparto esa opinión. No me desamparaba. Si estaba leyendo o en la computadora, ella echada a mis pies, jugando con mis sandalias.  Cuando viajé con mi hijo a Estados Unidos y me ausenté por más de veinte días casi no comía, pendiente de la puerta. ¡Sé que me extrañaba! Cuando regresé con ella del hospital, en la madrugada a las cuatro y media comenzó a arañar la puerta para que la dejara entrar a mi cuarto, y se instaló en mi closet. Siempre conmigo.  A pesar que fue muy “bravita” la quisimos mucho. Todos en la casa tenemos una historia que contar de ella. En mi correo electrónico, mi Twitter, mis claves bancarias, siempre aparecía su nombre. Gracias mi amor por acompañarme y recorrer juntas este camino todo este tiempo, cuanto te voy a extrañar y siempre estarás presente en mi corazón.


Nancy Aguilar Quintero
Maracaibo, 25 de noviembre de 2013




MI RESCATADA AMATISTA




Hoy 27 de noviembre de 2014, se repite la historia. Hace un año exactamente, pero el día 25 se marchó al Puente del Arcoíris, mi gatita Nina, mi primera gatita, la que estuvo conmigo once años…y hoy se marchó la otra, mi Amatista, a la cual amaba profundamente y sólo tenía conmigo diez meses. Mi Amatista, blanca, peluda con algunas manchas negras. Una preciosidad.  Cuando la vi por primera vez, tan desamparada y desprotegida, solita, echada en el jardín de la residencia donde yo vivía, me enamoré de ella inmediatamente. Se escondía de los perros que teníamos, también rescatados, Orión y Canela, sobre todo de Canela que la perseguía constantemente y no la dejaba comer. Al principio era muy arisca y temerosa, hasta que por fin me fue tomando confianza y sabía en qué momento le ponía la comida, al anochecer, cuando ya Canela estaba dormida. Como las once o doce de la noche se acercaba al edificio.  Yo sabía que ella y Antares el otro gatito, que siempre estaban juntos, me estaban esperando. Sentían cuando yo abría la puerta en el segundo piso y bajaba con comida y agua, siempre estaban en la planta baja. Con qué gusto apreciaban esa comidita, quizás la única del dia…yo me quedaba abajo, mirándolos, pero era más con la intención de que nadie los fuera a molestar o espantar …porque hay que ver que hay gente maluca y odiosa que les molestan los mininos…con lo bellos y cariñosos que son. Siempre escurridizos y temerosos nos miran de lejos como tratando primero de ganar confianza. Cuando dimos a los peludos Canela y Orión en adopción, fue perdiendo el miedo completamente y ya me esperaba en la mañana, tarde y noche. Como era de linda e inteligente, cuando me di cuenta ya estaba embarazada y me propuse esterilizarla cuando sus gaticos estuvieran grandecitos. Parió el seis de septiembre tres hermosos bebes y como yo me había mudado para donde mi hijo, me la traje para mi casa el día diez del mismo mes. Estuvo conmigo aquí hasta el cuatro de octubre ya que salía del país el día cinco. Se la dejé encargada para que la cuidara a la señora María, una vecina que ama a los animales como yo, ella la llevó a su apartamento, hasta el día sábado veintidós de noviembre cuando regresé de viaje y la fui a buscar para llevarla a esterilizar, ya que podía salir de nuevo embarazada y se complicaría la situación con tantos mininos, ya que la señora María tiene demasiados, tres propias más los tres de Amatista. Todavía hoy me pregunto qué pudo pasar, la herida de la esterilización se le abrió, qué angustia pasé esa noche y contacté a la doctora para llevarla a primera hora de la mañana, pero no, no me espero, decidió irse. Que dolor punzante y profundo siento, estoy muy triste y descorazonada, yo la amaba mucho. Me pregunto si pude hacer más por ella y un sentimiento de culpa invade mi corazón.  Muchos no lo entienden…te dicen ¡Por Dios solo es un gato…y para rematar callejero! ¡Pero no! ...para mí fue parte de mi vida, mi corazón tardará mucho en sanar esa profunda herida, quizás sane, pero quedará la cicatriz que me la recordará siempre. Ahora será feliz en el Puente del Arco Iris, junto a otros peluditos que están allí, y con mi Nina. Vuela muy alto mi amada y querida Amatista. Nunca te voy a olvidar…

nancy aguilar quintero

Maracaibo, 27 de noviembre de 2014

sábado, 18 de mayo de 2019



AMARGO DESENCANTO


Exactamente a las cuatro y media de la tarde de aquel día caluroso del mes de abril Adelaida dejó de llorar. En un instante su vida cambio para siempre y ya no sería más la misma. No sabía con certeza en qué momento comenzó su llanto tibio y melancólico. Las lágrimas corrían por sus mejillas, lavándole el rostro. Todo empezó dos meses antes, cuando Mauricio, elegante y apuesto joven capitalino apareció en su vida. Como de costumbre, doña Beatriz, su mamá, una viuda de carácter muy recio y conducta intachable, modista fina de amplia clientela, le encargó que comprara en la única quincalla del pueblo, árido y triste, donde nunca ocurría nada importante, unos hilos y encajes. Los necesitaba, para terminar de coser el vestido que Adelaida luciría ese domingo en las fiestas patronales del pueblo. Y allí estaba él sentado enfrente de la bodega del turco Richani, con un vaso de limonada en la mano y el pensamiento muy lejos de allí. Había llegado al pueblo la noche anterior, hospedándose allí mismo, ya que el turco tenía en la parte alta algunas habitaciones, que regularmente ocupaban los granjeros cuando venían al pueblo a vender sus productos y a realizar sus compras. Caminaba Adelaida con pasos lentos, cabizbaja, con una actitud de muchacha acostumbrada a obedecer. Sus miradas se cruzaron solo un instante, que para ella fue una eternidad. Un estremecimiento recorrió su cuerpo. Una emoción muy intensa la embargó. Muy turbada entró en la quincalla, que quedaba justo al lado de la bodega. Con voz trémula pidió a Misael, el dependiente tosco y huraño, lo encomendado por su mamá. Aun estaba muy nerviosa cuando salió, pero él ya no estaba. Doña Beatriz, mujer muy observadora, notó inmediatamente que algo había ocurrido en el trayecto, pero como Adelaida nada comentó, se guardó ella muy bien de no hacer preguntas. Los días siguientes, con alguna excepción en que recordaba el encuentro de aquella mañana, Adelaida continuó con su rutina cotidiana. Se levantaba muy temprano, para ayudar en los quehaceres del hogar, a pesar que tenían una empleada que se ocupaba de los oficios fuertes, era ella quien administraba la casa disponiendo la compra de alimentos semanales, para elaborar el menú, platillos deliciosos que copiaba de una revista española, que siempre llegaba atrasada a la tienda del turco. Disponía de una manera casi artística, las plantas de los materos colocadas en el corredor y jardín de la vetusta casona, ocupándose de regarlas, tarea que solo ella hacía, con la cantidad exacta de agua que cada planta necesitaba. No satisfecha con esto, encargaba a su primo Santiago que venía al pueblo dos veces al mes trayendo mercancía, pequeños sacos de abono químico de un vivero, cuyo anuncio salía en un periódico capitalino. Llegó el domingo, día tan anhelado por los jóvenes del pueblo. Como eran tan pocas las diversiones, las fiestas dedicadas a San Sebastián, el santo patrono, se convertían en momentos de encuentros felices. Las casas eran pintadas con semanas de antelación con colores brillantes y vistosos, ya que existía una sana competencia para ver cual calle era la más bonita, ya que ese día el cura, en el sermón, les dedicaba elogios y bendiciones a los vecinos de la misma, recorriendo por ellas la procesión del santo. Adelaida luciría ese domingo un precioso vestido verde esmeralda, que hacía resaltar más la blancura de su piel. Su primo le trajo de la capital unos hermosos zarcillos, que combinaban perfectamente con el traje, ya que ella no confiaba en los adornos baratos de las tiendas del pueblo. Ensimismada en sus propios pensamientos, Adelaida entró aquella mañana a la iglesia con su madre y allí estaba él. Sentado en el último banco, como escondiéndose de las personas que entraban a la iglesia, la cual estaba plena de aromas a rosas y azahares. Lo miró de reojo y eso fue suficiente para detallarlo. Vestía muy elegante y a la moda, pantalón gris y una camisa a rayas que le combinaba perfectamente. Su porte erguido, la desenvoltura de sus ademanes, su mirada perdida, le producían a ella emociones indescriptibles. Sus ojos color miel de infinita tristeza la dejo verdaderamente perturbada. Adelaida se sentó al lado de varias amigas, pero ese día no prestó atención a lo que decía el padre Olegario. Su cabeza le daba vueltas con un pensamiento persistente y una idea fija. —¿Quién era él, de donde vino y para qué? Todas estas interrogantes fueron contestadas muy pronto al terminar la misa. Su gran amiga Vestalia le hizo señas para que se acercara. Era su primo y había llegado de la capital, donde residía con sus padres, con la misión de comprar un viñedo situado en las afueras del pueblo, encomienda de su padre, un rico comerciante y banquero muy distinguido, que pensaba invertir en el campo, y alejarse un poco del bullicio de la ciudad. Vestalia se lo presentó y conversaron de cosas triviales, del tiempo, de las cosechas, de la abundancia de frutos de aquella región. Él le comentó que se quedaría un tiempo en el pueblo aprovechando que eran sus vacaciones. Como su amiga no los dejó solos ni un momento, Adelaida pensó si tendrían algún amorío. La ocasión perfecta para conocer mejor a Mauricio y quizás para que se fijara en ella, se presentó cuando consiguió un sobre encima de su cama. Lo había dejado allí su mama, Doña Beatriz, y era la invitación para el cumpleaños de Doña Elba, la madre de Vestalia, acontecimiento que se celebraría con un almuerzo en su hacienda Blancaflor. El ansiado día llego, sin sospechar Adelaida, que las ilusiones y proyectos internalizados por ella, noviazgo, matrimonio se desmoronaría como castillo de naipes, y es que ella de personalidad soñadora y romántica nunca pensó que la realidad sería otra muy diferente. Antes del almuerzo, y a medida que llegaban los invitados, Doña Elba presentaba a su sobrino, como un joven muy educado y estudioso. Cuando alguien preguntó que estudiaba, la señora contestó muy orgullosa —¡Mauricio tiene dos años en el seminario y por fin habrá un sacerdote en la familia!
Nancy Aguilar Quintero
Abril, 2009

martes, 22 de enero de 2019






REENCUENTRO



Aquella mañana primaveral los periódicos de esa capital hermosa y fascinante narraban casi todos en primera plana un acontecimiento que quizás nunca debió ocurrir. Todo comenzó una década atrás, cuando ya el maquillaje y los ejercicios no tapaban lo que el tiempo en su crueldad dejaba aflorar con beneplácito y con cierta ironía en aquel bello rostro y cuerpo como no se había visto en mucho tiempo. Como todas las tardes Amelie se sentaba solitaria en aquel café que le traía no pocos recuerdos de cuando era feliz, codiciada y aplaudida por todos. Ella miraba absorta a las personas que por allí pasaban, con una taza de capuchino y un croissant que el mesero le servía cada día. Era casi un ritual.  Las vicisitudes de la vida, habían comenzado a dejar su huella y Amelie no supo en qué momento había comenzado esa soledad que le corroía el alma y el pensamiento. Y es que la soledad no solo se lleva porque no tienes compañía sino por todas las circunstancias que acarrean a ella. Todos los que en algún momento reparaban en ella y la recordaban veían en su rostro lo que su alma gritaba, pero nadie la escuchaba. A veces pasaban jóvenes que la miraban y cuchicheaban entre sí y ella veía como se sonreían con un gesto entre lástima y asombro a la vez. No en vano fue la actriz de teatro más solicitada y admirada de toda la ciudad. Hacía tiempo que sus amigos se habían marchado. Solo Carmen, la señora que se encargó por años de vestirla y cambiarle los trajes en el teatro, envejecida ahora como ella, la visitaba eventualmente más por solidaridad y caridad hacia ella que por amistad. Amelie se lo agradecía en lo más profundo de su corazón pensando que al menos alguien se preocupaba de ella. Por las noches se sentía triste y desamparada. Figuras fantasmagóricas de antiguos pretendientes y admiradores la visitaban algunas veces en la fría habitación de aquel hotelucho, donde era huésped permanente y los dueños le tenían cierta consideración y respeto ya que fueron asiduos visitantes de sus presentaciones en aquel teatro que ya hacía tiempo había desaparecido y hoy era un monumento más a la desidia y al abandono. Los pensamientos se agolpaban en su cabeza y no conseguía el hilo de regreso para constatar el comienzo de su decadencia. Y es que los humanos somos ingratos, cuando estamos en la cúspide son todo amores y alabanzas y cuando caemos ni siquiera nos saludan si por casualidad nos tropezamos en la calle. Una tarde llegó al café un poco más temprano y en el preciso momento que iba a ordenar, la vio pasar. Al principio no la reconoció totalmente. Estaba cambiada y hasta tenía una sonrisa en su hermoso rostro. Estaba totalmente rejuvenecida que al principio le costó reconocerla. No le dio mucha importancia pensando que eran ideas suyas. Al otro día llegó con el pensamiento fijo de verla otra vez. Pero ese día no pasó. Las tardes se hicieron eternas. Su rostro adquirió de pronto una placidez encantadora.  Ya la angustia y ansiedad no oprimían su pecho. Deseaba verla otra vez. Y así pasaron varios días, hasta que llegó el momento anhelado. Allí venía ella. Que radiante estaba, con ese vestido floreado, uno de sus preferidos y ese sombrero llamativo que todas las miradas voltearon para verla. Allí estaba ahora, si preciosa y hermosa como siempre. Ya nunca más volvería a estar sola. En un impulso la llamó y ella volteando le obsequió su más tierna y encantadora sonrisa. Sus miradas se abrazaron al reconocerse. Cuanto había esperado ese momento crucial. Ahora las penas y sinsabores de los últimos años desaparecieron. Su esencia estaba allí. Ya nadie la miraría de reojo y disimularían al verla. Tardó unos segundos en reaccionar y comprender lo que pasaba. Allí estaba ella. Hermosísima. Se levantó de la silla y caminó presurosa hasta alcanzarla. Ya nunca más se separarían. Al otro día cuando los periódicos reseñaron la noticia muchos no podían creerlo. Una de las actrices de teatro más famosa de todos los tiempos aparentemente se había suicidado lanzándose de unos de los puentes del río. Pero lo que más asombró y consternó a los habitantes de aquella ciudad fue que varios testigos aseguraron a las autoridades que vieron a dos personas lanzarse. Dos mujeres. Una anciana y una joven. Parecían madre e hija por su gran parecido. Pero lo más misterioso y que nunca se supo con certeza fue que la mujer más anciana vestía ropa de actualidad y la más joven llevaba un atuendo sacada de una revista de moda de hace muchos años. Un verdadero misterio.

Nancy Aguilar Quintero
27 de mayo de 2015





viernes, 18 de enero de 2019



EN LA ONDA TECNOLÓGICA 




—¡No lo puedo creer! —este WhatsApp tiene que ser del abuelo. La foto del perfil me la tomé con él en la Navidad. Me envió 2 Emoji, guiñando el ojo y el pulgar hacia arriba. ­­—¿Quién lo habrá enseñado?
—Aló abuelo, —¿eres tú?
—Si Pablito, —soy yo.
—¿Como aprendiste a enviar mensajes por WhatsApp?
—¡Estudiando “mijo”, estudiando! —Si espero que me enseñes, llego a los cien años, Jajaja—Ya tengo Facebook, Instagram, Twitter y hasta e-mail, —Me cansé de estar desactualizado y tomé un curso de esos que llaman “Alfabetización Tecnológica para la tercera edad”, —ahora si estoy en la onda.
—Abuelo, me dejas asombrado, —te felicito
—Ahora soy más productivo en mi trabajo, —Hasta me siento importante, Jajaja
—Abuelo me siento orgulloso que estés con la nueva tecnología.
—Pablito, te dejo—me voy a conectar con mi grupo de estudio por Skype, —¡ya
hasta una laptop me compré!

Nancy Aguilar Quintero
Santiago de Chile, octubre de 2018
Microrrelato finalista en PRIMER CONCURSO DE MICRORRELATOS Y MEMES. “Calidad de vida y salud mental” COSAM. Comuna Independencia




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