Aprendiz de escritora...cuentos, relatos, microrrelatos,poemas y algo más que se me ocurra.
Buscar este blog
sábado, 18 de abril de 2020
REENCUENTRO
SEPARACIÓN INDESEADA
viernes, 10 de abril de 2020
NINA
jueves, 9 de abril de 2020
LA MUÑECA
jueves, 2 de abril de 2020
EL SEÑOR DE LOS MANDADOS
Anselmo, cada mañana, daba los buenos días al
mal encarado, odioso, cajero de la taquilla número cinco del banco. Y como
siempre, el maleducado no le contestaba. Anselmo tendría a lo sumo cincuenta
años, pero aparentaba más. Eso aunado quizá a las dos cajetillas diarias de
cigarrillo que fumaba, las vicisitudes y desengaños de la vida, aparte del
mísero salario que devengaba por ser el “office boy” de la ferretería más
grande y surtida de la ciudad. El dueño, don Andrés Sierralta, un tacaño, nunca
lo subió de categoría en veinte años que laboraba allí, con un sueldo mínimo
que apenas le alcanzaba para las necesidades básicas. Vivía con su madre y tres
gatos que eran la adoración de la señora. Cómo soñaba Anselmo ser un destacado
ejecutivo, y que lo llamaran “don”, y su madre, que se lo recordaba a diario:
—Eres un tonto, en ese trabajo te exprimen y
para qué, allí no le importas a nadie, ni siquiera te respetan.
En esos momentos, desearía retorcerle el
cuello, pero se acordaba que era su mamá y debía quererla, tenerle
consideración. ¡Quererla! Esa vieja gruñona y antipática, a la cual muy para
sus adentros detestaba con toda su alma. Desde niño lo vejaba y maltrataba
delante de los vecinos y amigos. Y en la misa lo obligaba a confesarse, porque
según decía: “qué de malos pensamientos tendrá este muchachito”. Total, Anselmo
era un soñador, pero muy infeliz, que transcurría su vida de aburrimiento,
entre la invisibilidad de sus compañeros de trabajo y sus recorridos al banco y
algún otro mandado que el dueño requiriera. Sus únicos momentos de felicidad y
alegría eran cuando miraba a Martica, la recepcionista de la ferretería, e
imaginaba que ella se la regresaba con arrobamiento y le sonreía. Pero no, eso
nunca ocurría. Para Martica, y todos los otros empleados, él no existía, solo
era “el señor que hace los mandados”. Ni siquiera le decían su nombre. Y
Anselmo, escuálido y tristón,n caminaba todas las mañanas las siete cuadras que
lo separaban del banco, porque el tacaño y miserable de don Andrés, ni siquiera
le daba para los pasajes en el autobús. En el camino no dejaba de pensar y
le rogaba a ese Dios, a quien tanto su madre le rezaba, que le tocara otro
cajero, que al menos le contestara los buenos días. Sucedió que el lunes
temprano, el encargado de la ferretería le encomendó, hablar con el gerente del
banco, ya que al parecer el contador encontró algunas anomalías en la cuenta
nómina del personal. Y allá iba Anselmo caminando, más despacio que de
costumbre, decaído y triste a cumplir la misión encargada. Llevaba un gran
sobre cerrado, para entregar en persona al gerente. Al llegar al banco, se
anunció con la recepcionista y esta al ver el sobre y de dónde provenía, le
obsequió una encantadora sonrisa y unos buenos días sonoros, como hacía mucho
tiempo no escuchaba:
─¿Desea un café, don Anselmo?
Anselmo miró a los lados, y todo
desconcertado, pensó: “¿Es a mí a quién se dirige esta encantadora joven?”.
—Don Anselmo, —repitió la señorita— ¿desea un
café?
—Sí, sí, si es su gusto…
Anselmo estaba en una nube, todo confuso y
nervioso, cuando de pronto, sale un señor muy bien vestido y elegante, y le da
un fuerte apretón de manos, como desde hace tiempo tampoco nadie lo saludaba.
—Pase, pase, don Anselmo; es un placer tenerlo
aquí en nuestro banco. Ya le vamos a solucionar este pequeño inconveniente.
Después de una breve llamada, el señor
elegante, que debía ser el presidente o el gerente del banco, le dio otro
apretón de manos:
—Ya está todo resuelto, -dígale a don Andrés
que ya hemos solucionado, y nos disculpe el inconveniente.
Anselmo esbozó una amplia sonrisa, sintiéndose
tan feliz y pleno. Al salir del banco escuchó el canto de los pajarillos y en
sus oídos sonaba como una melodía angelical eso de… don Anselmo.
Nancy Aguilar Quintero
Santiago de Chile
Publicado en la Antología Literaria Digital El
Narratorio N° 46, diciembre 2019
MARGINADOS
La primera vez que lo vi, tuve que mirarlo dos veces para saber si era niño o niña. Era tanta la confusión de su vestimenta unisex, un p...