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martes, 20 de diciembre de 2016

AMARGO DESENCANTO



Eran las cuatro y media de la tarde de aquel día caluroso del mes de abril, Adelaida dejó de llorar. En un instante, su vida cambió para siempre y ya no sería más la misma. No sabía con certeza en qué momento comenzó su llanto tibio y melancólico. Las lágrimas corrían por sus mejillas, lavándole el rostro. Todo empezó dos meses antes, cuando Mauricio, elegante y apuesto joven capitalino, apareció en su vida. Como de costumbre, doña Beatriz, su mamá, una viuda de carácter muy recio y conducta intachable, modista fina de amplia clientela, le encargó que comprara en la única quincalla del pueblo, árido y triste, donde nunca ocurría nada importante, unos hilos y encajes. Los necesitaba, para terminar, de coser el vestido que Adelaida luciría ese domingo en las fiestas patronales del pueblo. Y allí estaba él sentado enfrente de la bodega del turco Richani, con un vaso de limonada en la mano y el pensamiento muy lejos de ahí. Había llegado al pueblo la noche anterior, hospedándose allí mismo, ya que el turco tenía en la parte alta algunas habitaciones, que ocupaban los granjeros cuando venían al pueblo a vender sus productos y a realizar sus compras. Caminaba Adelaida con pasos lentos, cabizbaja, con una actitud de muchacha acostumbrada a obedecer. Sus miradas se cruzaron solo un instante, que para ella fue una eternidad. Un temblor recorrió su cuerpo. Una emoción muy intensa la embargó. Muy turbada entró en la quincalla, que quedaba justo al lado de la bodega. Con voz trémula pidió a Misael, el dependiente tosco y huraño, lo encomendado por su mamá. Le temblaba todo el cuerpo cuando salió del establecimiento, pero él ya no estaba. Doña Beatriz, mujer muy observadora, notó de inmediato que algo había ocurrido en el trayecto, pero como Adelaida nada comentó, se guardó ella muy bien de no hacer preguntas. Los días siguientes, con alguna excepción en que recordaba el encuentro de aquella mañana, Adelaida continuó con su rutina cotidiana. Se levantaba muy temprano, para ayudar en los quehaceres del hogar, a pesar de que tenían una empleada que se ocupaba de los oficios fuertes, era ella quien administraba la casa. Era la encargada de comprar los alimentos semanales, para elaborar el menú, platillos deliciosos que copiaba de una revista española, que siempre llegaba atrasada a la tienda del turco. Disponía, de una manera casi artística, las plantas de los materos colocadas en el corredor y jardín de la vetusta casona, ocupándose de regarlas, tarea que solo ella hacía, con la cantidad exacta de agua que cada planta necesitaba. No satisfecha con esto, encargaba a su primo, Santiago, quien venía al pueblo dos veces al mes trayendo mercancía, pequeños sacos de abono químico de un vivero, cuyo anuncio salía en un periódico capitalino. Llegó el domingo, día tan anhelado por los jóvenes del pueblo. Como eran tan pocas las diversiones, las fiestas dedicadas a San Sebastián, el santo patrono, se convertían en momentos de encuentros felices. Las casas eran pintadas con semanas de antelación con colores brillantes y vistosos, ya que existía una sana competencia para ver cuál calle era la más bonita, puesto que ese día, el cura, en el sermón, les dedicaba elogios y bendiciones a los vecinos de estas, recorriendo por ellas la procesión del santo. Adelaida luciría ese domingo un precioso vestido verde esmeralda, que hacía resaltar más la blancura de su piel. Su primo le trajo de la capital unos hermosos zarcillos, que combinaban con el traje, ya que ella no confiaba en los adornos baratos de las tiendas del pueblo. Ensimismada en sus propios pensamientos, Adelaida entró aquella mañana a la iglesia con su madre, y allí estaba él, sentado en el último banco, como escondiéndose de las personas que entraban al recinto, pleno de aromas a rosas y azahares. Lo miró de reojo y eso fue suficiente para detallarlo. Vestía muy elegante y a la moda, pantalón gris y una camisa a rayas que le combinaba a la perfección. Su porte erguido, la desenvoltura de sus ademanes, su mirada perdida, le producían a ella emociones indescriptibles. Sus ojos, color miel, de infinita tristeza, la dejó muy perturbada. Adelaida se sentó al lado de varias amigas, pero ese día no prestó atención a lo que decía el padre Olegario. Su cabeza le daba vueltas con un pensamiento persistente y una idea fija:

–“¿Quién era él?”. “¿De dónde vino?”, y “¿para qué?”.

Todas estas interrogantes fueron contestadas muy pronto al terminar la misa. Su gran amiga, Vestalia, le hizo señas para que se acercara. Era su primo Mauricio y había llegado de la capital donde residía, con la misión de comprar un viñedo situado en las afueras del pueblo, encomienda de su padre, un rico comerciante y banquero muy distinguido, que pensaba invertir en el campo, y alejarse un poco del bullicio de la ciudad. Vestalia se lo presentó y conversaron de cosas triviales, del tiempo, de las cosechas, de la abundancia de frutos de aquella región. Él le comentó que se quedaría unos meses en el pueblo aprovechando que eran sus vacaciones. Como su amiga no los dejó solos ni un momento, Adelaida pensó si tendrían algún amorío. La ocasión perfecta para conocer mejor a Mauricio y quizás se fijara en ella, se presentó cuando consiguió un sobre encima de su cama. Lo había dejado allí su mamá, doña Beatriz, y era la invitación para el cumpleaños de doña Elba, la madre de Vestalia, acontecimiento que se celebraría con un almuerzo en su hacienda Blancaflor. El ansiado día llegó, sin sospechar Adelaida, que las ilusiones y proyectos internalizados por ella, noviazgo, matrimonio se desmoronaría como castillo de naipes, Y es que ella, de personalidad soñadora y romántica, nunca pensó que la realidad sería otra muy diferente. Antes del almuerzo, y a medida que llegaban los invitados, doña Elba presentaba a su sobrino, como un joven muy educado y estudioso. Cuando alguien preguntó qué estudiaba, la señora contestó muy orgullosa:

—¡Mauricio tiene dos años en el seminario y por fin habrá un sacerdote en la familia!

Nancy Aguilar Quintero

Abril, 2018

Publicado en EL NARRATORIO, ANTOLOGÍA LITERARIA DIGITAL N° 26

martes, 1 de noviembre de 2016

AMARGA SOLEDAD


Cuando te vas,
tú tan distante,
me quedo sola,
con mis ansias
reprimidas.
Y cuando vuelves
encuentras mi amor eterno
que con un beso
te dará la bienvenida.
Me quedo sola, amor,
con tu recuerdo
y mi tristeza,
que a la par, juntas,
son mis eternas
compañeras.
Algún día,
no muy lejano,
quizás comprenderás
mi gran amor por ti.
Algún día
Entre los muchos
que vendrán.
La tristeza será mi
compañera.
Algún día
Doblaran las campanas
Sintiendo pena
por un amor que murió
Y que  nunca volverá.
Nancy Aguilar Quintero


domingo, 2 de octubre de 2016

EN MI ESCUELA







(Poema infantil dedicado a mis hijas menores Dianela y Desiree cuando estaban en el cole)

En mi escuela hay una niña

que se llama Sinforosa

tiene los ojitos grandes

y una cara muy preciosa.

En mi escuela hay una niña

se llama Dianela Rosa

tiene el pelo “pasuito”

aplicada y muy hermosa.

 

En mi escuela hay una niña

que se llama Desiree

tiene la piel morenita

y ojitos color café.

 

En mi escuela hay muchos niños

avispados y estudiosos

cuando salen al recreo

toditos van muy gozosos.

 

El recreo es una fiesta,

se divierten a montón,

suena el timbre avisando

que regresan al salón.

  

Nancy Aguilar Quintero

Maracaibo, abril 2000

 

 

miércoles, 14 de septiembre de 2016

DESORIENTADA

Eran las ocho de la noche y Camila apresuró el  paso por aquella calle solitaria. La mayoría de las  casas estaban derruidas y en escombros ya que la municipalidad había decidido remodelar varias manzanas porque  eran viviendas de muchos años y le daban un aspecto muy feo a la ciudad. Sentía mucho miedo al pasar por allí pero era el único camino viable para llegar a la autopista y tomar el autobús que la conduciría  a su hogar. Estudiaba computación e inglés por las noches en un instituto  del centro de la ciudad y su propósito era culminarlos para poder ascender en su trabajo. Era recepcionista en una entidad bancaria de mucho prestigio y aspiraba a un mejor puesto.  De pronto sintió un leve ruido como pasos muy tenues pero persistentes detrás de ella y no se atrevía a voltear ya que estaba casi  paralizada de terror. Alguien la seguía y ella no sabía con qué intenciones.  Aquella cuidad se había convertido en un sitio muy inseguro, sobre todo de noche. En un momento pensó que eran ideas suyas, ya al pasar por esa calle, muy solitaria y con la mayoría de las casas deshabitadas le producía escalofríos.  Se encomendó a las ánimas del purgatorio y a su Ángel de la Guarda siguiendo los consejos de su madre que siempre le decía que en caso de sentir peligro les rezara y que eran muy milagrosos.  De pronto vio que una de las casas estaba iluminada  con mucha gente afuera y adentro y sin pensarlo dos veces entró. Era un velorio. Se sentó al lado de una señora que rezaba cabizbaja un rosario y espero un buen rato tratando de tranquilizarse ya que estaba muy nerviosa y asustada. Transcurrió como una hora y algunas personas comenzaron a marcharse  caminando hacia la autopista. Ella se fue junto a ellas pero ni siquiera miró sus caras prometiéndose que al día siguiente en la mañana se  pasaría por esa calle antes de llegar a su trabajo. Quería hacer una oración por el difunto o difunta en   agradecimiento que la hubiese librado de quien sabe que percance. Llegó a la casa y solo consiguió ruinas. Allí no había nadie y se notaba que la habían desocupado hacía mucho tiempo. Camila no salía de su asombro. Preguntó a un señor de un quiosco cercano que vendía café y periódicos. El señor le dijo que, según contaban por ahí, en esa casa vivió hacía muchos años una señora muy caritativa y generosa. Cuando murió mucha gente vino a sus funerales  para agradecerles sus favores. Camila se quedó muy desconcertada pensando en que acertados y precisos son los  consejos de una madre.
Nancy Aguilar Quintero
Abril 2009


miércoles, 7 de septiembre de 2016

LA MUÑECA

Clotilde había muerto. Mariana, su única hija de veinte años, se sintió más desamparada que nunca. Habían transcurrido catorce años desde aquella tarde calurosa del mes de abril cuando su madre la llevo a conocer el circo que días antes se había instalado en las afueras del pueblo. Mariana, una niña de apenas seis años, demasiado alta para su edad, recordaba perfectamente los acontecimientos de aquel día, grabados en su memoria para siempre, como si el tiempo se hubiese detenido en una imagen persistente. Ese día maravilloso y grandioso, su madre le compro su primera muñeca. Era preciosa, con rizos dorados y vestido azul y blanco con zapatos y todo…y que al moverla decía “mamá”. ¡Que sueños e ilusión para una niña acostumbrada a la soledad! De pronto su pequeño mundo triste y limitado a las paredes de su casa se amplió con una nueva esperanza. Su madre, una mujer endurecida por el trabajo y los desencantos de la vida, nunca se había preocupado por esas nimiedades de los juguetes como ella decía, a los cuales consideraba un gasto innecesario. Fue la tarde más feliz de la niña. Los payasos, los trapecistas, el enorme oso que hacia llorar con sus gruñidos al niño pálido sentado delante de ellas fueron atracciones secundarias comparadas con la inmensa alegría y satisfacción que sentía al acariciar su muñeca. Al terminar la función su madre le compro una enorme chupeta roja que Mariana saboreo con verdadera delicia de regreso a su casa.
Vivía Clotilde con su hija y una prima lejana llamada Evarista, que le servía de compañía y a la vez le ayudaba con los quehaceres domésticos, en una pequeña casa situada en las afueras del pueblo, pintada de blanco con techos rojos y un hermoso jardín en contorno. Esta casa y una pensión vitalicia que ella cobraba cada fin de mes, fue el único patrimonio que le dejo su marido al morir. Como esta apenas alcanzaba para subsistir, Clotilde, mujer emprendedora, estableció en su casa una pequeña dulcería que ocupaba casi todo su tiempo y cuyos ingresos le permitían cubrir los gastos del hogar, colegio de la niña y alguno que otro pequeño lujo. Ese contacto amoroso que debe existir entre padres e hijos, sobre todo en la infancia, no existió nunca entre ellas. Clotilde se levantaba al despuntar el alba para atender su pequeño negocio de dulces, dejando todas las otras labores hogareñas en manos de su prima, incluyendo el cuidado de la pequeña Mariana, que pasaba la mayor parte de la tarde, después de regresar de la escuela, jugando sola en su cuarto. Fue este aislamiento de la madre y el poco compartir con otros niños, lo que forjo la personalidad solitaria y taciturna de Mariana. Recordaba ella el día que Evarista entro sofocada en su cuarto la tomo en brazos y corriendo la llevo hasta la puerta para que viera el desfile de payasos, trapecistas, bailarines y animales del circo que había llegado al pueblo unas horas antes. Pasaron los días y la niña espero con paciencia, sin atreverse a pedirlo, que su madre la llevara al circo, que ya de antemano la emocionaba. Que angustia e incertidumbre sentía el alma de la niña esperando el gran momento. Este llegó un sábado  cuando Clotilde ordeno a Evarista que la vistiera porque irían a la función vespertina del circo, que desde tempranas horas un camión con su parlante invitaba a los residentes del pueblo  a la función de la tarde ya que había un descuento de la mitad del precio de la entrada. Ese fue el día, grandioso para ella, que su madre le compro la muñeca. En la noche se durmió más temprano que nunca, abrazada a ella, considerándola su tesoro más preciado. Esa noche tuvo sueños anhelados, su madre amorosa jugaba con ella.
Como sucede en todos los sueños, siempre hay un despertar. Para Mariana ese despertar se transformo en una pesadilla de la cual no había posibilidades de escape. Su miedo, aunado a la impotencia de no poder protestar  ante una madre excesivamente rígida e imperiosa, se convirtió en terror ante la realidad que se presentaba ante su alma impúber, sedienta de afecto. Su muñeca, su tesoro, con la que había jugado tan feliz la tarde anterior, estaba colocada cuidadosamente encima de la repisa de su cuarto, inalcanzable, lejana. Acostumbrada a reprimir sus emociones y sentimientos delante de su madre y de cualquier persona mayor, esta vez el dique se rompió fluyendo a caudales. Lloro hasta el atardecer, pero su madre ocupada como estaba en los preparativos de los dulces, apenas si se dio cuenta de su llanto. La decisión estaba tomada. La muñeca se quedaba donde estaba por ordenes de su madre. Según ella, lucia mejor en la repisa que en las manos de la niña, ya que esta podría dañarla, ensuciarla  y perdería su encanto. Desconociendo totalmente la naturaleza infantil, Clotilde  no comprendía que precisamente el encanto de los juguetes esta en las manos de los niños. Los años fueron pasando y Mariana se convirtió en una hermosa joven, que solo tenía contacto con su madre, ya que esta le había prohibido todo trato con personas de su edad. Evarista se marcho un día sin dar ninguna explicación y solo ella y su madre compartían los momentos de soledad y de tristeza. A los veinte años no había tenido novio, ni siquiera un amigo y sus perspectivas de la vida terminaban en la puerta de su casa. Cuando su madre enfermo de gravedad, solo el cura del pueblo solía visitarlas, no porque sintiera afecto por la enferma, que nunca fue ni siquiera a misa, sino por un alto sentido de la caridad. Murió Clotilde una fresca mañana de primavera, sin haber exhalado un solo quejido, rígida y autoritaria como fue durante toda su vida. En su lecho de enferma le hizo jurar a Mariana que no lloraría ni se lamentaría por su muerte y mucho menos delante de sus vecinos, ejerciendo con ello su control sobre la joven aun después de muerta. El cura Nemesio y algunos vecinos se hicieron cargo de los preparativos del funeral, ya que Mariana después que su madre recibiera la extremaunción no volvió a pronunciar palabra. Al regreso del cementerio, algunas vecinas la acompañaron por un rato y luego una a una se fueron marchando comentando sobre el incierto futuro de la joven, sin parientes cercanos ni amigos que pudiesen estar con ella en estos aciagos momentos. Verdaderamente estaba sola en el mundo. Su mente no atinaba a pensar ni organizar sus ideas. Se sentía desamparada y con miedo. Cerró puertas y ventanas refugiándose en su dormitorio con la mirada perdida fija en el techo. Aterrorizada, sin encontrar una vía de escape que la librara de la prisión que la mantuvo sometida su madre durante  toda su vida. De repente su memoria se remonto hacia el pasado y los recuerdos comenzaron a fluir suavemente. Se acordó de su muñeca, su tesoro. La puerta herméticamente cerrada durante tantos años se abrió de pronto de par en par. Mariana se levanto del lecho y comenzó a buscar por toda la casa a su tesoro, su aliciente, su refugio… ¿Donde la pondría su madre, Dios mío?...Ella que tenía la manía de guardar tanto las cosas que después no sabía dónde estaban. Los pensamientos se agolpaban dentro de su cabeza.  Recordó el día que su madre guardo el costurero y luego no lo encontró. Ese día fue al colegio con el dobladillo de la falda descosido. Busco desesperada, registró todos los rincones de la casa, anhelante, transformada totalmente por la emoción. ¡Su muñeca!  —¿Donde la guardaría su madre? Ella sería su salvación, estaba segura que de encontrarla la calma y la felicidad volverían a ella como aquel día remoto cuando su madre se la compro  a la señora gorda, de pelo azabache, en el bazar del circo. La casa era un caos, todo revuelto, en desorden, todas las cosas tiradas al piso. Se sentía liberada, como si un gran peso se le hubiera quitado de encima. Total, su madre no estaba para regañarla o llamarle la atención. Después se ocuparía ella de arreglar todo —ya habrá tiempo…De pronto ¡qué emoción, qué felicidad!..Escondida en la parte más alta del armario, detrás de unas sábanas, estaba su muñeca—¡su preciosa muñeca! Con una emoción casi febril la abrazo y beso, llorando intensamente, con un llanto nervioso y alegre a la vez. Se encontraba un poco maltratada, no por el uso, sino por estar guardada tanto tiempo. Un poco despeinada y el vestido azul y blanco lleno de polvo y moho. Qué importancia tenía esto con la inmensa alegría de hallarla. Ya se ocuparía de peinarla y hacerle muchos vestidos, todos con telas muy brillantes y coloridas. Sería la muñeca más linda, despertaría la envidia de todas las niñas del pueblo, las cuales desearían jugar con ella.
Para Mariana en un instante todas las otras cosas ocuparon en su mente un lugar secundario. Lo más importante para ella en estos momentos era la recuperación de su tesoro, su linda muñeca y que ya nadie se la podría quitar. Ahora si estaba dispuesta a luchar, a defenderla, si había alguien con la idea de separarla de ella. A los tres días los vecinos alarmados llamaron al padre Nemesio para informarle que les parecía muy extraño que la joven no hubiese salido de la casa y tenia puertas y ventanas herméticamente cerradas. El sacerdote solicito una orden judicial para abrir la puerta y poder entrar. Dentro de la casa todo estaba fuera de lugar. Mariana en su dormitorio, sentada en el piso abrazando a su muñeca los miraba asustada con los ojos desorbitados, dispuesta, ahora sí, a defender su tesoro hasta la muerte.

Nancy Aguilar Quintero



lunes, 29 de agosto de 2016

LEJANÍA

En la lejanía
tu recuerdo  me entristece.
Hoy nada es igual,
como quisiera que lo fuese.
El ayer perdido
en lontananza
hiere mis entrañas
como lanza aguda.
Quien pudiera
detener el tiempo
en el pasado
y vivir de nuevo lo soñado,
perderse en el azar
y llegar al sitio más deseado.
Avanzada estoy en el camino,
sin recorrer lo debido.
Tristeza, ausencia, letargo,
soy y no existo.
Miro el poder, miro la gloria
y nada aun.
Dolor del ayer trivial,
ansiando volver a él
y renacer lo añorado.
Volver a ser yo
en un pasado cercano.
Hay tiempo aún,
todavía hay esperanza
de ver el triunfo.
Y en un mañana cercano
llorar lo aún no llorado.
¡No comprendí!
La banal existencia me arrastro
detrás de ella y lo deje partir.
Se fue en la primavera
tras la blanca mariposa del verano.
Nancy Aguilar Quintero


viernes, 26 de agosto de 2016

ACORRALADA
                
En la soledad de mi aposento,
los pensamientos se apoderan de mí
desgarrándome el alma.
Me atacan con saña,
con furia desmedida
sin darme tiempo a nada.
A  algunos los conozco,
a otros no, pero todos quieren
destrozarme con sus garras
de tiempos ancestrales.
Quiero escaparme por la ruta
luminosa   que me llevará
de retorno a mi plenitud.
Por fin se ha manifestado
lo que siempre he anhelado


Nancy Aguilar Quintero



martes, 16 de agosto de 2016


AÑORANZA.

En las alas del olvido
te lancé un día a volar.
Un día de primavera
tan triste, tan fugaz.
Te vi partir cual ave
que en su peregrinar
busca ansiosa un refugio
para poder amar.
Triste y sola me quede,
y en mi soledad
ansiaba que volvieras
para no irte jamás.

Nancy Aguilar Quintero


domingo, 7 de agosto de 2016

EL SUEÑO DE UN NIÑO

Todo aquel lio comenzó cuando Javier David leyó una revista sobre astronautas que por casualidad vio en el consultorio del odontólogo donde su madre lo llevó para su chequeo anual. Excelente estudiante y deportista, pertenecía al equipo de fútbol del colegio, donde ostentaba la posición de arquero. Esa mañana lo que  vio en la revista le cambio su comportamiento por completo y ahora sus constantes charlas eran sobre astronautas y viajes espaciales. Tenía  afición a todo lo concerniente a la nueva tecnología y era el primero en poseer los juegos más novedosos y en conocer a la perfección el funcionamiento de los teléfonos celulares y equipos más modernos. El culpable de toda esta situación era su padre, Ingeniero en  Telecomunicaciones, quien hacía poco había comenzado a trabajar en una empresa de telefonía que le prestaba servicios al gobierno y siempre comentaba con su esposa Dalila el deseo que su hijo fuera a estudiar al exterior. Todas estas conversaciones, aunadas a los deseos de Javier David fueron internalizadas en su espíritu de niño y en su mente se forjó la imagen que desearía ser un astronauta famoso y viajar al espacio sideral. Veía programas en la televisión y leía libros todos relacionados con el tema de los viajes espaciales. Hasta sus profesores del colegio, donde estudiaba octavo grado, comenzaron seriamente a preocuparse ya que el niño en sus conversaciones solo hablaba de su sueño contando los días y los meses para  graduarse de bachiller y que sus padres lo enviaran a estudiar lo que el anhelaba. 
—Cuando sea grande y termine mi bachillerato, —decía Javier David– me iré a los Estados Unidos a estudiar para ser astronauta.
Sus padres, orgullosos de él por ser un niño tan buen estudiante, pensaron que quizás algún día sus sueños se hicieran realidad. Constantemente le preguntaba a su primo Daniel José cuánto costaría un viaje para los Estados Unidos.
—Mucho dinero, —decía su primo, –pero el asunto es quedarse a vivir allá, dicen que las universidades son muy costosas.
Por las tardes cuando regresaba de sus clases, se sentaba en el patio de su casa, debajo de un frondoso árbol de mango, a pensar en su futuro y la manera de conseguir el dinero para irse a vivir y estudiar en el exterior. Dalila lo observaba  con preocupación, pensando en la obsesión de su único hijo y como conseguirían el dinero suficiente para cumplir sus deseos. Sus vecinas y amigas trataban de animarla, diciéndole que como Javier David era tan buen estudiante, quizás el gobierno o una empresa privada le otorgaran una beca y ella les refutaba que aquí en este país no realizan esos viajes espaciales por lo cual sería ilógica e innecesaria una ayuda para ese tipo de estudios. Se sentía culpable y responsable  de esta disparatada idea de su hijo por consentirlo mucho.  Si desde un principio  lo hubiese reprendido enérgicamente y no dejarle ver  tanta televisión ni Internet quizás esa idea se le hubiese quitado de la cabeza. Ella misma al principio le decía como el refrán popular “que más hace el que quiere que el que puede” y algún día tendríamos un astronauta en la familia. Como lamentaba todo esto al observar el comportamiento retraído de Javier David que ya casi no hablaba con familiares ni amigos, solo pensando en su futuro. Una tarde, al regresar del colegio, su mamá le sirvió la merienda y después se fue al patio, como era su costumbre y se sentó debajo del árbol de mango a reposar un rato antes de cenar y hacer las tareas. Se imaginó vestido de astronauta tripulando una nave espacial. Saldría en todos los periódicos y las televisoras del mundo. ¡El primer venezolano en viajar al espacio exterior! ¡Seria famoso!  Todos desearían entrevistarlo.
—Astronauta Javier David Pérez,  —¿Que sintió al pisar por primera vez el planeta Licifedad?
Estos eran los pensamientos de Javier David  cuando de pronto vio un punto luminoso en el cielo, como una estrella muy brillante, que hacía mucho ruido y se acercaba a gran velocidad en dirección al lugar donde él estaba. A medida que se acercaba vio que se trataba de una nave en forma circular, con una cúpula con numerosas ventanillas de las cuales salían luces muy potentes, de diversos colores que iluminaron todo el patio. Javier David sintió un poco de miedo pero a la vez mucha curiosidad. De pronto la nave se posó sobre la arena, se abrió una puerta y a través de  una escalerilla, bajaron dos criaturas diminutas de color rojizo pálido, parecidas a los humanos, que se acercaron a él.
—Nos hemos enterado que quieres visitar nuestro planeta, —le dijo el que parecía ser el jefe de la nave.
—Sí, ese ha sido mi sueño desde hace tiempo, —contesto Javier David
—A través de ondas ultra sensoriales tus pensamientos han llegado ante nosotros y hemos venido a buscarte para que conozcas nuestro mundo.
—Eso sería maravilloso, —dijo Javier David, —¿y cómo se llaman ustedes?
—Yo me llamo Roam, —dijo el jefe,  —y mi compañero Dadbon. —Conocemos tu idioma, ya que en nuestro planeta la ciencia está muy adelantada.
Javier David los siguió en silencio, y con un poco de temor y desconfianza. Pero su curiosidad rebasaba su miedo. Adentro de la nave, le dieron una ropa especial para que se fuera adaptando a la atmosfera de Licifedad. Se escuchó un ruido ensordecedor y la nave despego. Durante el recorrido, ellos conversaron con Javier sobre sus costumbres y leyes. Era tal la velocidad de la nave, que al poco rato ya estaban en el planeta Licifedad. Lo que vio lo dejo maravillado. Todos los habitantes eran muy amables, no peleaban ni gritaban. Todo lo compartían. Allí no había guerras y se sentía una paz y felicidad total. No había países pobres ni ricos. Se respetaban entre si y vivían en paz y armonía. Tenían bellas y espaciosas viviendas, se vestían muy bien y los alimentos eran abundantes. Existían grandes parques, con árboles hermosos y frondosos  con toda clase de diversión. Todas las personas tenían un trabajo gratificante. No se veían por las calles  pordioseros, ni mendigos ni animales desprotegidos. Y todos los niños asistían  a la escuela.
—¡Qué mundo tan hermoso y ordenado! —exclamo Javier David…si la Tierra llegara a ser así.
—Ese día pronto llegará, —le dijo Dadbon, cuando los terrícolas dejen de pelear entre si y comprendan que solo el amor a Dios y a nuestro  prójimo puede traer la verdadera felicidad y paz.
Roam intervino y dijo, —No te preocupes, ya está próximo el día que en la Tierra se acabaran las guerras y odios de hermanos contra hermanos. Los terrícolas tienen que comprender que la mayor felicidad es la que se comparte y que el odio y la guerra no resuelven ningún problema. Te hemos escogido a ti para que lleves este mensaje a la Tierra y cuentes lo que has visto.
—¡Qué bello es este mundo! —dijo Javier —cuando lo cuente no lo creerán.
Por supuesto que te van a creer —dijo Dadbon,  —ya verás que sí.
—¡Que lastima que tenga que irme y abandonar este mundo tan perfecto! —exclamó Javier, —pero tengo que regresar con los míos.
—Javier, despierta que te has quedado dormido y estabas hablando en sueños,  —levántate, que tienes que hacer las tareas.
Javier se levantó sobresaltado, al oír la voz de su mamá y se dirigió a su casa pensando si contarle a la familia su maravilloso sueño sin que se burlaran de él. Mientras tanto, detrás del árbol de mango, dos seres diminutos de color rojizo sonreían.

Nancy Aguilar Quintero 

sábado, 23 de julio de 2016

DESORIENTADA


Eran las ocho de la noche y Camila apresuró el  paso por aquella calle solitaria. La mayoría de las  casas estaban derruidas y en escombros ya que la municipalidad había decidido remodelar varias manzanas porque  eran viviendas de muchos años y le daban un aspecto muy feo a la ciudad. Sentía mucho miedo al pasar por allí pero era el único camino viable para llegar a la autopista y tomar el autobús que la conduciría  a su hogar. Estudiaba computación e inglés por las noches en un instituto  del centro de la ciudad y su propósito era culminarlos para poder ascender en su trabajo. Era recepcionista en una entidad bancaria de mucho prestigio y aspiraba a un mejor puesto.  De pronto sintió un leve ruido como pasos muy tenues pero persistentes detrás de ella y no se atrevía a voltear ya que estaba casi  paralizada de terror. Alguien la seguía y ella no sabía con qué intenciones.  Aquella cuidad se había convertido en un sitio muy inseguro, sobre todo de noche. En un momento pensó que eran ideas suyas, ya que al pasar por esa calle, muy solitaria y con la mayoría de las casas deshabitadas le producía escalofríos.  Se encomendó a las ánimas del purgatorio y a su Ángel de la Guarda siguiendo los consejos de su madre que siempre le decía que en caso de sentir peligro les rezara y que eran muy milagrosos.  De pronto vio que una de las casas estaba iluminada con mucha gente afuera y adentro y sin pensarlo dos veces entró. Era un velorio. Se sentó al lado de una señora que rezaba cabizbaja un rosario y espero un buen rato tratando de tranquilizarse.  Estaba muy nerviosa y asustada. Transcurrió como una hora  y algunas personas comenzaron a marcharse  caminando hacia la autopista. Ella se fue junto a ellas pero ni siquiera miró sus caras. Al día siguiente en la mañana se  propuso pasar por la calle antes de llegar a su trabajo. Quería hacer una oración por el difunto o difunta para  agradecerle que la hubiese librado de quien sabe que percance. Llegó a la casa y solo consiguió escombros. Allí no había nadie y se notaba que la habían desocupado hacía mucho tiempo. Camila no salía de su asombro. Preguntó a un señor de un quiosco cercano que vendía café y periódicos. El señor le dijo que, según contaban por ahí, en esa casa vivió hacía muchos años una señora muy caritativa y generosa. Cuando murió mucha gente vino a sus funerales  para agradecerles sus favores. Camila se quedó muy desconcertada pensando en que acertados y precisos son los  consejos de una madre.
Nancy Aguilar Quintero
Abril 2009


domingo, 12 de junio de 2016

La marcha fatal.

Cada vez que pienso en esos ojitos tristes, resignados y recuerdo esa carita con un tapaboca, de verdad se me arruga el corazón. Y no es que yo sea muy blandito. Desde pequeño lo demostré. En el barrio, en la escuela, doquiera que hubiese una pelea, ahí estaba yo como protagonista, sin importar si el pleito era conmigo o no.  Como decía mi abuela -este muchacho tiene un  carácter aguerrido y fuerte, ya dice lo que va a ser, ¡es perfecto para ser militar! Y yo internalicé sus consejos y al cumplir los dieciocho años me presente como voluntario al ejército. Inmediatamente me aceptaron. Tenía la estatura y el perfil requerido. Soy apenas Cabo Segundo, no es mucho pero en el barrio donde vivo ser militar  da cierto prestigio. Pero todo cambio para mí  el día de la marcha, de esa bendita marcha para no decir otra cosa que ofenda más a Dios, cuando sacaron a  los niños enfermos a la calle a protestar para solicitar medicinas al Ministro de Salud. Y es que las marchas se han convertido en  una institución en este  país. Todos los días hay varias.  La gente se está muriendo de mengua y hambre. No hay medicinas, ni comida, ni agua, ni electricidad. Todo  es un caos. El estado de derecho se fue por la alcantarilla. ¡Esto se lo llevo el carajo! Pero tengo que callarme y no decir nada y tragarme las palabras que se me atoran en la garganta. Claro como  trabajo para el gobierno  y ahorita como están las cosas si miras mal a un Superior o dices cualquier tontería te tildan de traidor. Ese día yo no tendría que estar ahí. A última hora me llamó mi Superior para suplir a un compañero que se enfermó de dengue. Y allí estaba yo, con mi armamento deteniendo el paso de la gente. Y de pronto  vi a ese niño tan triste y desamparado, sosteniendo con sus manos  aquel cartel  que le tapaba el pecho, con grandes letras  escritas con marcador sobre papel bond o cartón. ¡Yo que sé! Solo sé  que decía ¡Quiero curarme, Paz  y Salud!  Tendría a lo sumo nueve o diez  años y podría haber sido  mi hermanito o  mi sobrino. Nuestras miradas se cruzaron y en la de él  hubo un interrogante,  sin comprender por qué estaba de frente a toda esa gente con mi fusil dispuesto a todo. Tenía cáncer. Uno de esos que dan en la sangre con un nombre bien raro que no recuerdo.  Salió a marchar  con su mamá y su abuela, pensando que el gobierno se ablandaría al verlo tan desprotegido y suplicante. Pero no, este gobierno de ladrones y corruptos no se enternecen con las necesidades y carencias del pueblo. A los tres días falleció. Me enteré cuando un compañero me envió un mensaje por WhatsApp. La noticia estaba en todos los periódicos y las redes sociales.  Y lo más triste y aterrador para mí fue verme al lado del niño en la foto que divulgaron.  Hoy en el barrio me miran con cierto recelo y bajan la cabeza como para no saludarme. ¡Qué ironía!  Me tenía que tocar a mí. Lo único que les falta es que me llamen asesino. ¡Y si supieran!   En lo profundo de mi alma y corazón  así me siento. ¡Qué rabia e impotencia tengo! Quisiera gritar y decir a todos que no, que yo no debía  estar allí. Que fue un error. Pedir perdón si es posible. Pero ya para qué. El mal está hecho. Ya nada, absolutamente nada volverá a ser como antes.
Nancy Aguilar Quintero
Ciudad de Panamá, lunes 30 de mayo de 2016


lunes, 1 de febrero de 2016

Susurros

Alma perdida y errante
que recorres el  camino
lleno de piedras y abrojos
de ventiscas y de frio.

Como seguirte de lejos
con la tristeza en el rostro
lleno de arrugas y sueños
de recuerdos que perdiste
en ese andar tan ansioso
por esos campos sombríos.

En noches negras sin luna,
cruzando arroyos y ríos
con las estrellas por guía
en el firmamento umbrío
teniendo a Dios por testigo
de esta vida sin sentido.


Nancy, mayo-2013

      

domingo, 31 de enero de 2016

Delia Rosa esta de cumple

Hace algunos años en el pueblo de Machiques, nació una niña que desde su infancia demostró ser  muy especial.  Junto a sus hermanos  aprendió los oficios hogareños, y a cultivar la pequeña parcela donde vivía. Pero se destacó desde un primer momento por su afición por los libros. Aprendió  sus primeras letras  guiada por su tía  Ana Teresa, y ya a los seis años leía de corrido, escribía y sabía las operaciones básicas de matemática.  Su vida transcurre ente las labores del hogar y su oficio de modista el cual lo practicaba a la perfección. Lectora empedernida, ansía  salir de su pueblo a buscar lugares mas propicios con su espíritu  soñador. A los quince años emigra con su mamá María de los Santos y su hermana Carmen Teresa a Maracaibo, y es aquí donde su espíritu de autodidacta hace realidad sus sueños. Clásicos como el Conde de Montecristo de Alejandro Dumas, Los Miserables de Víctor Hugo, La hija de la Panadera de Xavier de Montepin, El Mártir del  Gólgota de Enrique Pérez Escrich y por supuesto la que no podía faltar, la Biblia, son algunos de sus libros preferidos, donde sus personajes y lugares ignotos le proporcionan herramientas que después las aplicará  en la conducción y buenas costumbres de sus hijos.  Se casó muy joven a los veintiún años con su único y gran amor, mi padre Jesús Antonio Aguilar. De ella adquirí ese gusto por la lectura que me ha acompañado toda la vida. Revistas como  Selecciones de Reader’s Digest , el diccionario de la Real Academia Española,  el diario Panorama era lectura obligada en nuestro hogar. Un día me comentó que de haber tenido oportunidad habría sido maestra. Madre, sólo te faltó un título por escrito, ya que maestra, educadora, guía de tu familia lo has sido siempre. Con tus enseñanzas, tú y nuestro padre forjaron una familia numerosa, donde los principios morales, religiosos, honestidad, caridad, filantropía, de amor  al estudio y al trabajo han sido los pilares que han marcado la vida de toda tu prole,  y de todas las personas que han tenido la dicha de conocerte. Bendita seas, Delia Rosa. Hoy 31 de enero , el día que recordamos un año mas de tu nacimiento, todos tus hijos, nietos y bisnietos, nos sentimos agradecidos de tenerte a nuestro lado, cumpliendo aun tu misión de ser el pilar,  ejemplo y apoyo para cada uno de los miembro de esta familia.
Maracaibo, 31 de enero de 2015

                             


lunes, 18 de enero de 2016

Musa irreal

Si el Señor me dio talento
para escribir estos versos,
que son versos muy sencillos
pero sentidos y tiernos.

Yo los lanzo por los vientos
tempestades y tormentas.,
playas, ríos y desiertos,
a los niños, a los abuelos
y a aquel que quiera leerlos,
que me diga si son bellos.

Si una lagrima escondida
hizo brotar en los ojos
de un centenar de mozuelos
un sentimiento profundo
como una daga en el pecho

Y ese vagabundo errante
caminando calle abajo,
cabizbajo  y solitario
estrujo junto a su pecho,
estas rimas que un sollozo,
como aullido lastimero
un dolor de muchos siglos
y un  lamento plañidero
le salió de muy adentro.

Nancy Aguilar Quintero

Maracaibo, enero-2014

MARGINADOS

  La primera vez que lo vi, tuve que mirarlo dos veces para saber si era niño o niña. Era tanta la confusión de su vestimenta unisex, un p...