ADORMECIDA
Larissa
caminaba descalza
de arenas
blanquecinas.
Miraba el
infinito
y sus
grandes ojos negros
llenos
de lluvia y angustia
solo
veían la tristeza del ocaso
y el
vaivén del oleaje.
Sintiendo
aquellos
granos
de arena
pequeñísimos
penetrando
sus
pies mojados
que le
producían
una
sensación indescriptible
entre
desasosiego y paz.
No
pensaba,
solo
sentía la brisa
hiriéndole
la cara
y el
olor penetrante
a mar
llenando
sus
pulmones.
Recostó
su cansado
y
aletargado cuerpo
sobre
una roca inmensa,
mientras
el sol era apenas
ya un
pequeño
semicírculo
ardiente
perdido
en el horizonte.
Nancy
Aguilar Quintero
Septiembre, 2011