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sábado, 23 de julio de 2016

DESORIENTADA


Eran las ocho de la noche y Camila apresuró el  paso por aquella calle solitaria. La mayoría de las  casas estaban derruidas y en escombros ya que la municipalidad había decidido remodelar varias manzanas porque  eran viviendas de muchos años y le daban un aspecto muy feo a la ciudad. Sentía mucho miedo al pasar por allí pero era el único camino viable para llegar a la autopista y tomar el autobús que la conduciría  a su hogar. Estudiaba computación e inglés por las noches en un instituto  del centro de la ciudad y su propósito era culminarlos para poder ascender en su trabajo. Era recepcionista en una entidad bancaria de mucho prestigio y aspiraba a un mejor puesto.  De pronto sintió un leve ruido como pasos muy tenues pero persistentes detrás de ella y no se atrevía a voltear ya que estaba casi  paralizada de terror. Alguien la seguía y ella no sabía con qué intenciones.  Aquella cuidad se había convertido en un sitio muy inseguro, sobre todo de noche. En un momento pensó que eran ideas suyas, ya que al pasar por esa calle, muy solitaria y con la mayoría de las casas deshabitadas le producía escalofríos.  Se encomendó a las ánimas del purgatorio y a su Ángel de la Guarda siguiendo los consejos de su madre que siempre le decía que en caso de sentir peligro les rezara y que eran muy milagrosos.  De pronto vio que una de las casas estaba iluminada con mucha gente afuera y adentro y sin pensarlo dos veces entró. Era un velorio. Se sentó al lado de una señora que rezaba cabizbaja un rosario y espero un buen rato tratando de tranquilizarse.  Estaba muy nerviosa y asustada. Transcurrió como una hora  y algunas personas comenzaron a marcharse  caminando hacia la autopista. Ella se fue junto a ellas pero ni siquiera miró sus caras. Al día siguiente en la mañana se  propuso pasar por la calle antes de llegar a su trabajo. Quería hacer una oración por el difunto o difunta para  agradecerle que la hubiese librado de quien sabe que percance. Llegó a la casa y solo consiguió escombros. Allí no había nadie y se notaba que la habían desocupado hacía mucho tiempo. Camila no salía de su asombro. Preguntó a un señor de un quiosco cercano que vendía café y periódicos. El señor le dijo que, según contaban por ahí, en esa casa vivió hacía muchos años una señora muy caritativa y generosa. Cuando murió mucha gente vino a sus funerales  para agradecerles sus favores. Camila se quedó muy desconcertada pensando en que acertados y precisos son los  consejos de una madre.
Nancy Aguilar Quintero
Abril 2009


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