Hoy me desperté más temprano cuando mi hijo entró
en la habitación a pedirme la bendición de salida al trabajo y mi memoria se
remontó en el tiempo y el espacio a mis años juveniles. Pienso que el tiempo
pasa tan rápido, que apenas nos damos cuenta. Ya soy una abuela, vivo con mi
hijo menor y su esposa, que es muy buena conmigo, pero yo siento que estorbo. Ella
me dice: “Clara, usted puede disponer de esta casa como quiera, para nosotros
es un privilegio, que viva aquí y comparta momentos con sus nietos”. Sentí el
golpe de la puerta al salir mi hijo y mi sueño se desvaneció, los recuerdos se
amotinaron en mi mente, y recordé la época en que yo era quien salía a trabajar
en mi lejana ciudad, a kilómetros de distancia. Casi siempre me levanto a media
mañana porque me acuesto tarde, a veces me dan las dos o tres de la madrugada y
yo despierta. Y es que la noche tiene un encanto especial para mí. Y no es que
haya sido fiestera ni muy alegre ni nada por el estilo. Mis estadías nocturnas
son porque en esas horas de silencio, interrumpido a veces por el sonido de una
sirena lejana o de un grillo, me pongo a leer o ver un programa por la
televisión sin que nadie moleste. O a pensar, meditar o conversar con Dios. Con
Él tengo una comunicación mental que se inició desde el parto de mi primer
hijo, cuando busqué a alguien con quien conversar sin que me cuestionara ni
juzgara. Aunque soy siempre la que habla, sé que me presta atención, porque de
inmediato siento un susurro en mi oído e intuyo su respuesta. La otra noche se
enojó conmigo.
–¡No te preocupes tanto! –¡Tranquiliza tu mente! –
¡Yo estoy siempre contigo, recuerda que soy Todopoderoso y no te voy a dejar
desamparada!
Él sabe de mis penas y preocupaciones, es un
excelente oyente y casi no me interrumpe. Tenemos química, Dios y yo, pero soy
tan terca y testadura y a veces no le hago ni un poquito de caso. Vive
regañándome. Dice que, si converso de temas interesantes con mis amigos, la
situación mejorará, que cambie ese gesto malhumorado y amargado por una
sonrisa.
–Pero es que desde chica fui así. Tímida y gruñona.
–Es por eso que no tienes casi amigos —me comenta
Dios a cada rato.
Y como hago, nací así y creo que moriré así.
Él me dice que todos podemos cambiar o al menos
intentarlo. La otra vez traté de hacer amistad con una señora que conocí en un
taller de escritura creativa. Me dije a mí misma:
—Creo que voy a tener al menos una amiga con quien
intercambiar ideas o algún comentario.
Y no sé qué pasó, le envié mensajes y apenas me
respondía. Comencé una conversación con ella, pero solo yo hablaba, me salía
con evasivas. Hasta que me dije:
¡A esta también le caigo mal!
Tengo arraigado el pensamiento de que les caigo mal
a las personas y sé que debo soltarlo. Conversando con Dios me dice que como
pienso así me responden, que estoy predispuesta al rechazo y entonces siento
que me rechazan.
—Tienes que ser un poco más espontánea y analizar
primero a la persona, observarla a ver cuáles son sus gustos y preferencias, y
después le planteas una conversación.
Mis nietos me dicen:
—¡Nana, de verdad hablas con Dios! —¡Cómo haríamos
nosotros para hacerlo!
Esto me causa mucha risa y es que los niños son tan
espontáneos e inocentes que se creen todo lo que los adultos le decimos. Y más
si somos las abuelas. Hoy en la mañana, cuando me dirigía a desayunar, escuché
a Matías, el menor de siete años.
—Sabes mami, la Nana habla con Dios.
—¿Con Dios? —¿¡Como así!? —preguntó mi nuera.
—Si ella lo dice, y yo pienso que es verdad –dijo
mi nieto–porque ayer lo escuché, cuando toqué la puerta de su cuarto para darle
las buenas noches. –Oí que conversaba con un señor que le decía que pronto la
llevaría de paseo a un parque, con una fuente de agua en el centro, con muchos
árboles, mariposas, abejas y los gatos que a ella tanto le gustan. Estoy seguro
de que era Dios que vino a visitarla.
–¿Serán inventos de mi nieto o en verdad escucharía
algo? Ahora si me quedé perpleja y pensativa. Bueno, tendré todo el día para
comunicarme con Dios y que me saque de mis dudas.
Nancy Aguilar Quintero
Santiago de Chile, octubre 2020
Taller de Narrativa: Contando desde la
memoria. Patrocinado por Independencia Cultural