ENCUENTRO
Estaba Elisa sentada en
aquella banca del parque como casi todos los martes a las tres de la tarde,
absorta en sus propios pensamientos cuando de pronto sintió un calor sofocante
y mucha sed. Miró alrededor y enfrente, pasando la caminería vio un kiosco
donde vendían jugos y refrescos, a esa hora comenzaba a llegar algunos jóvenes
a trotar, caminar y andar en bicicletas. Los martes eran días especiales para
ella ya que salía más temprano de su trabajo Su jefe, un médico obstetra prominente
de aquella ciudad, salía de su consulta a esa hora, ya que realizaba alguna diligencia
personal, a la cual nunca faltaba y era un secreto bien guardado. Atravesó la pequeña
calzada para comprar una bebida que le quitara la sed y la refrescara un poco.
Comenzó a caminar para despejar un poco la mente y la preocupación que le
producía su madre, cada día más enferma y ella como hija única, a veces se
sentía cansada e incapaz de manejar la situación, porque, aunque la amaba
profundamente, no tenía quien la cuidara cuando ella se encontraba en el
trabajo. Y allí parada al lado de un frondoso árbol, como protegiéndose del sol
inclemente estaba aquella mujer que la miraba insistentemente como si la
conociera. De contextura muy delgada, cabello largo castaño y vestida toda de
blanco. Sus facciones eran verdaderamente bellas. Siguió caminando un trecho y
volteó por curiosidad, pero ya no la vio más. Quizás la conocía y no se
acordaba. Al llegar a su casa, su mamá le comentó que Débora su amiga de la
infancia la había visitado y habían recordado viejos tiempos. Su madre
desvariaba e inventaba cada historia. Débora se había extraviado cuando tenía
nueve años y nunca la encontraron. Fue un acontecimiento que afectó
profundamente a todos los habitantes del pueblo donde vivían. Su madre siempre
decía que cuando apareciera la identificarían porque Débora estaba vestida de
blanco.
Nancy
Aguilar Quintero
Maracaibo, junio
2011