LA MUÑECA
Clotilde había muerto. Mariana, su única hija de
veinte años, se sintió más desamparada que nunca. Habían transcurrido catorce
años desde aquella tarde calurosa del mes de abril cuando su madre la llevo a
conocer el circo que días antes se había instalado en las afueras del pueblo.
Mariana, una niña de apenas seis años, demasiado alta para su edad, recordaba perfectamente
los acontecimientos de aquel día, grabados en su memoria para siempre, como si
el tiempo se hubiese detenido en una imagen persistente. Ese día maravilloso y
grandioso, su madre le compro su primera muñeca. Era preciosa, con rizos
dorados y vestido azul y blanco con zapatos y todo…y que al moverla decía “mamá”.
¡Que sueños e ilusión para una niña acostumbrada a la soledad! De pronto su
pequeño mundo triste y limitado a las paredes de su casa se amplió con una
nueva esperanza. Su madre, una mujer endurecida por el trabajo y los
desencantos de la vida, nunca se había preocupado por esas nimiedades de los
juguetes como ella decía, a los cuales consideraba un gasto innecesario. Fue la
tarde más feliz de la niña. Los payasos, los trapecistas, el enorme oso que
hacia llorar con sus gruñidos al niño pálido sentado delante de ellas fueron
atracciones secundarias comparadas con la inmensa alegría y satisfacción que
sentía al acariciar su muñeca. Al terminar la función su madre le compro una
enorme chupeta roja que Mariana saboreo con verdadera delicia de regreso a su casa.
Vivía Clotilde con su hija y una prima lejana
llamada Evarista, que le servía de compañía y a la vez le ayudaba con los
quehaceres domésticos, en una pequeña casa situada en las afueras del pueblo,
pintada de blanco con techos rojos y un hermoso jardín en contorno. Esta casa y
una pensión vitalicia que ella cobraba cada fin de mes, fue el único patrimonio
que le dejo su marido al morir. Como esta apenas alcanzaba para subsistir,
Clotilde, mujer emprendedora, estableció en su casa una pequeña dulcería que
ocupaba casi todo su tiempo y cuyos ingresos le permitían cubrir los gastos del
hogar, colegio de la niña y alguno que otro pequeño lujo. Ese contacto amoroso
que debe existir entre padres e hijos, sobre todo en la infancia, no existió
nunca entre ellas. Clotilde se levantaba al despuntar el alba para atender su
pequeño negocio de dulces, dejando todas las otras labores hogareñas en manos
de su prima, incluyendo el cuidado de la pequeña Mariana, que pasaba la mayor
parte de la tarde, después de regresar de la escuela, jugando sola en su
cuarto. Fue este aislamiento de la madre y el poco compartir con otros niños,
lo que forjo la personalidad solitaria y taciturna de Mariana. Recordaba ella
el día que Evarista entro sofocada en su cuarto la tomo en brazos y corriendo
la llevo hasta la puerta para que viera el desfile de payasos, trapecistas,
bailarines y animales del circo que había llegado al pueblo unas horas antes.
Pasaron los días y la niña espero con paciencia, sin atreverse a pedirlo, que
su madre la llevara al circo, que ya de antemano la emocionaba. Que angustia e
incertidumbre sentía el alma de la niña esperando el gran momento. Este llegó
un sábado cuando Clotilde ordeno a
Evarista que la vistiera porque irían a la función vespertina del circo, que
desde tempranas horas un camión con su parlante invitaba a los residentes del
pueblo a la función de la tarde ya que
había un descuento de la mitad del precio de la entrada. Ese fue el día,
grandioso para ella, que su madre le compro la muñeca. En la noche se durmió más
temprano que nunca, abrazada a ella, considerándola su tesoro más preciado. Esa
noche tuvo sueños anhelados, su madre amorosa jugaba con ella.
Como sucede en todos los sueños,
siempre hay un despertar. Para Mariana ese despertar se transformo en una
pesadilla de la cual no había posibilidades de escape. Su miedo, aunado a la
impotencia de no poder protestar ante
una madre excesivamente rígida e imperiosa, se convirtió en terror ante la
realidad que se presentaba ante su alma impúber, sedienta de afecto. Su muñeca,
su tesoro, con la que había jugado tan feliz la tarde anterior, estaba colocada
cuidadosamente encima de la repisa de su cuarto, inalcanzable, lejana.
Acostumbrada a reprimir sus emociones y sentimientos delante de su madre y de
cualquier persona mayor, esta vez el dique se rompió fluyendo a caudales. Lloro
hasta el atardecer, pero su madre ocupada como estaba en los preparativos de
los dulces, apenas si se dio cuenta de su llanto. La decisión estaba tomada. La
muñeca se quedaba donde estaba por ordenes de su madre. Según ella, lucia mejor
en la repisa que en las manos de la niña, ya que esta podría dañarla,
ensuciarla y perdería su encanto.
Desconociendo totalmente la naturaleza infantil, Clotilde no comprendía que precisamente el encanto de
los juguetes esta en las manos de los niños. Los años fueron pasando y Mariana
se convirtió en una hermosa joven, que solo tenía contacto con su madre, ya que
esta le había prohibido todo trato con personas de su edad. Evarista se marcho
un día sin dar ninguna explicación y solo ella y su madre compartían los
momentos de soledad y de tristeza. A los veinte años no había tenido novio, ni
siquiera un amigo y sus perspectivas de la vida terminaban en la puerta de su
casa. Cuando su madre enfermo de gravedad, solo el cura del pueblo solía
visitarlas, no porque sintiera afecto por la enferma, que nunca fue ni siquiera
a misa, sino por un alto sentido de la caridad. Murió Clotilde una fresca
mañana de primavera, sin haber exhalado un solo quejido, rígida y autoritaria
como fue durante toda su vida. En su lecho de enferma le hizo jurar a Mariana
que no lloraría ni se lamentaría por su muerte y mucho menos delante de sus
vecinos, ejerciendo con ello su control sobre la joven aun después de muerta.
El cura Nemesio y algunos vecinos se hicieron cargo de los preparativos del funeral,
ya que Mariana después que su madre recibiera la extremaunción no volvió a
pronunciar palabra. Al regreso del cementerio, algunas vecinas la acompañaron
por un rato y luego una a una se fueron marchando comentando sobre el incierto
futuro de la joven, sin parientes cercanos ni amigos que pudiesen estar con
ella en estos aciagos momentos. Verdaderamente estaba sola en el mundo. Su
mente no atinaba a pensar ni organizar sus ideas. Se sentía desamparada y con
miedo. Cerró puertas y ventanas refugiándose en su dormitorio con la mirada
perdida fija en el techo. Aterrorizada, sin encontrar una vía de escape que la
librara de la prisión que la mantuvo sometida su madre durante toda su vida. De repente su memoria se
remonto hacia el pasado y los recuerdos comenzaron a fluir suavemente. Se
acordó de su muñeca, su tesoro. La puerta herméticamente cerrada durante tantos
años se abrió de pronto de par en par. Mariana se levanto del lecho y comenzó a
buscar por toda la casa a su tesoro, su aliciente, su refugio… ¿Donde la
pondría su madre, Dios mío?...Ella que tenía la manía de guardar tanto las
cosas que después no sabía dónde estaban. Los pensamientos se agolpaban dentro
de su cabeza. Recordó el día que su
madre guardo el costurero y luego no lo encontró. Ese día fue al colegio con el
dobladillo de la falda descosido. Busco desesperada, registró todos los
rincones de la casa, anhelante, transformada totalmente por la emoción. ¡Su
muñeca! —¿Donde la guardaría su madre?
Ella sería su salvación, estaba segura que de encontrarla la calma y la
felicidad volverían a ella como aquel día remoto cuando su madre se la
compro a la señora gorda, de pelo
azabache, en el bazar del circo. La casa era un caos, todo revuelto, en
desorden, todas las cosas tiradas al piso. Se sentía liberada, como si un gran
peso se le hubiera quitado de encima. Total, su madre no estaba para regañarla
o llamarle la atención. Después se ocuparía ella de arreglar todo —ya habrá
tiempo…De pronto ¡qué emoción, qué felicidad!..Escondida en la parte más alta
del armario, detrás de unas sábanas, estaba su muñeca—¡su preciosa muñeca! Con
una emoción casi febril la abrazo y beso, llorando intensamente, con un llanto
nervioso y alegre a la vez. Se encontraba un poco maltratada, no por el uso,
sino por estar guardada tanto tiempo. Un poco despeinada y el vestido azul y
blanco lleno de polvo y moho. Qué importancia tenía esto con la inmensa alegría
de hallarla. Ya se ocuparía de peinarla y hacerle muchos vestidos, todos con
telas muy brillantes y coloridas. Sería la muñeca más linda, despertaría la
envidia de todas las niñas del pueblo, las cuales desearían jugar con ella.
Para Mariana en un
instante todas las otras cosas ocuparon en su mente un lugar secundario. Lo más
importante para ella en estos momentos era la recuperación de su tesoro, su
linda muñeca y que ya nadie se la podría quitar. Ahora si estaba dispuesta a
luchar, a defenderla, si había alguien con la idea de separarla de ella. A los
tres días los vecinos alarmados llamaron al padre Nemesio para informarle que
les parecía muy extraño que la joven no hubiese salido de la casa y tenia
puertas y ventanas herméticamente cerradas. El sacerdote solicito una orden
judicial para abrir la puerta y poder entrar. Dentro de la casa todo estaba
fuera de lugar. Mariana en su dormitorio, sentada en el piso abrazando a su
muñeca los miraba asustada con los ojos desorbitados, dispuesta, ahora sí, a
defender su tesoro hasta la muerte.
Nancy Aguilar Quintero