Elisa, por las tardes, veía su serie colombiana favorita, en el
inmenso televisor pantalla plana, instalado en la pared de la sala. Después de
terminar el almuerzo, despachar a los hijos y lavar los platos era su diversión
vespertina, acompañada de su café negro sin azúcar. La había dejado, ya que
leyó por ahí que a la larga le produciría diabetes. El sábado pensó hacer algo
diferente, quizás un platillo especial, para compartir con sus hijas y su
esposo Simón Alberto; pero este salió muy temprano diciendo que tenía trabajo
pendiente que entregar el lunes en la mañana y que iría a la oficina a
terminarlo. Elisa sospechaba que le ocultaba algo. Compró ropa nueva, cosa
inusual en él que solo se surtía en navidad. Y también cambió la colonia que
usaba, por una más costosa y de marca.
– A veces uno tiene que “darse un gustito” para eso se
trabaja–le había dicho a Elisa cuando llegó con el estuche de perfume,
sonriente y con una pícara sonrisa.
—¿Qué se traerá este entre manos? –se preguntó para sus adentros
y continúo viendo su serie.
Elisa, tendría unos cuarenta años, pero aparentaba más, su
cabello empezaba a encanecer, y a su piel blanca ya se le notaban ciertas
arruguitas en las comisuras de los labios.
–Mamá ponte pilas y arréglate, tú eres muy bonita, mira que por
la calle hay muchas “fulanas” intentando pescar un marido… Y mi papá está en la
edad del alboroto y puede “levantar algo por ahí”. -le dijo Carmela, la mayor
de sus hijas adolescentes, saliendo para reunirse con unas amigas.
–Muchacha, que es ese lenguaje, es lo que te enseñan en el
liceo. Dios te bendiga, y sí, tienes permiso para salir, –dijo Elisa con tono
irónico, pensando que en su casa ya todos hacían los que les daba la gana.
Yo lo digo por tu bien, comer un “poquito de avispas” no te hará
ningún mal. –dijo Carmela, dando un portazo al salir.
Se estaba quedando dormida en el sofá, quería levantarse a
preparar un café, pero hoy la desidia le ganó. Amaba tanto ese sofá, no lo
cambiaba ni por su cama matrimonial.
-¿Y si Carmela tenía razón? Ella confiaba demasiado en la
fidelidad de Simón Alberto. –¿Tendría una aventura su marido? Hacía meses venía
notando actitudes extrañas en su comportamiento, pero con el ajetreo de las
tareas hogareñas, no se lo tomó en cuenta. Mientras cumpliera en el hogar, qué
más daba, ella también tenía “pensamientos maliciosos” con su galán de la
telenovela. Venciendo su pereza, se levantó a prepararse el café y suspiró
hondo.
Elisa comenzó a recordar, los acontecimientos de los últimos meses…
¿Meses? No, ¡Casi un año! ¡Qué bruta había sido! Apenas si tienen intimidad, se
acostumbraron el uno al otro, y la vida se les estaba yendo de las manos, el
encanto de los primeros años se perdió con la cotidianidad, ya ni se acordaba
cuando habían compartido juntos como pareja y familia.
El sonido de la campana del heladero, la sacó de sus negros
pensamientos. Bueno, ya habrá tiempo de ocuparse de su marido, por los momentos
se comprará un enorme helado de vainilla y fresa, su preferido. Ella también
merecía un gustito de vez en cuando. Esta noche, después de la cena, tendrá una
conversación muy seria con Simón Alberto, y sin pensarlo dos veces le dio el
primer mordisco al cono de helado.
Nancy Aguilar Quintero